sábado, 16 de junio de 2018

A dos manos

El amor trascendió esas barreras que a veces parecen tan infranqueables: primero los prototipos de belleza, después el idioma, luego la confianza entre extraños, más tarde las costumbres y por último la entrega emocional.

Me contaron que ella: alta, esbelta, hermosa, inteligente, deseada y con unos ojos turmalinos de mirada seductora, lo conoció a él un día de sol y frio, en remotas tierras de un pueblo olvidado en los rincones de los atlas. Aunque él era unos cuantos meses menor y más bajo, poseía dulce en las palabras, era seguro, atrevido y muy apuesto para los gustos de ella. Su primer encuentro fue en medio del agitado mercado del domingo. Él no supo que reacción tuvo ella cuando lo vio por primera vez, pues ni siquiera la se percató de su existencia.

El universo los unió esa noche en la misma habitación, sentados sobre un colchón extendido en el piso y usado como comedor. Los hilos invisibles del azar y el deseo los llevaron a compartir la misma comida: mango, aguacate, pan y cerveza, y aunque no estaban solos, su mundo se redujo a dos seres, sus ojos se penetraron mutuamente y sus historias se entrelazaron. El espacio los obligó a hablar y quien sabe que fuerza los hizo mirarse fijamente al alma.

A la mañana siguiente se despedirían para siempre, sus caminos iban dirigidos hacia sentidos opuestos, ella le regaló para sus deseos y sus fantasías: un beso en el vértice de sus labios, un abrazo cálido y unas palabras de esperanza “¡Tal vez nos volvamos a ver!”. Ella se fue al sur y él se marchó al norte, dentro de sus ideas innatas se habían develado que jamás dejarían de volar libremente, que sus alas eran lo más preciado y no las cortarían ni siquiera para brindárselas al otro.

A los dos días de su despedida, él recibió un mensaje en su teléfono, “¡Iré al norte!, ¿Podemos vernos?”. El transcurrir de los días no volvió a ser el mismo para ninguno. Sus manos se tomaron, sus brazos se abrazaron, sus miradas se cruzaron más intensamente, sus labios se humedecieron, sus pies caminaron juntos, sus palabras se reconfortaron y se acompañaron y sin timidez, sus cuerpos se conjugaron.

Desde ese día se les ve juntos, y aunque años y kilómetros los separan esporádicamente, su camino se une siempre a dos manos.