
El pastor no soltó ni un
solo segundo su biblia, sólo la cambiaba de mano y la ponía cerca de su
corazón cuando quería lucir más grandilocuente, cuando sentenciaba con frases fabulosamente
elaboradas con el lenguaje simbólico de las parábolas y
movía las manos con el gesto de un padre cuando ordena a su hijo lo
que debe hacer. Puede ser que no fuera una biblia, de todas maneras, nunca la
abrió para leer un solo versículo. Yo a veces pensaba que era un cassette de Betamax. Durante casi 40
minutos prolongó el sermón, trató de interactuar con los viajeros hablando enérgicamente
para no perder la atención. Así transcurrió la misa del bus, para mí quien había
esquivado este deber de católico desde hacía años, para quienes no fueron a Dios esa semana, Dios venía a ellos.
Ninguna parte del ritual faltó, mucho menos la de la ofrenda. De esta manera el poder envolvente
del “señor” convertiría al bus
en iglesia y al predicador en rebuscador.
Honduras, Ocotepeque, Mayo 6 de 2016