domingo, 14 de mayo de 2017

Y cuando se dio cuenta...


Estaba ahí sentado. Se había dicho que no era el momento de su vida para hacerlo, que cuando tuviera familia estaría bien, que nunca se comportaría como tal, ni aceptaría ese tipo de rutina, no se sentaría al frente de una máquina y repetiría todos los días la misma acción. Pero así lo decidió hacer y se prometió que no iba a ser por mucho tiempo. Aceptó un trabajo como empleado permanente, de esos que cumplen órdenes –justificadas o injustas- producto de la subordinación. De todas maneras ¿Qué importaba?, vendería su autonomía y aniquilaría su creatividad por un tiempo, mientras la situación económica en casa cambiara. Además, era justo saber por qué razón, desde hacía años se había negado tácitamente a una situación que para él era insípida y trivial; reservada únicamente para aquellos que no eran capaces de trascender en el mundo, para los contentos resignados a pertenecer al lugar que les toca por la simple comodidad de no esforzarse en buscar su rol sublimador en la humanidad.

Y cuando se dio cuenta… llenaba largos formatos y solicitudes que le podían tomar medio día. Atravesaba pasillos, tomaba ascensores, subía y bajaba escaleras para encontrar una oficina específica y entregar el formulario de petición de un lápiz y un borrador. Cumplía horarios de lunes a viernes, a pesar de que muchas veces no tuviera ninguna tarea asignada y ningún motivo para permanecer en su oficina. Sin embargo, la empresa requería ser dueña de 10 horas diarias de su vida. La prolongada ociosidad lo hizo egoísta y mentalmente perezoso, incapaz de refutar con argumentos contundentes las ideas contrarias. Su entorno no lo estimulaba.

Adquirió magnífica destreza en la habilidad de aceptar los golpes de la vida diaria: los afectivos en sus relaciones emocionales y los físicos contundentes que recibía en el tráfico de la hora pico. Obedecía mandatos sin sentido, provenientes de las más obstinadas mentes, arraigadas a ideas tradicionales de las pedagogías antiguas. Aguantaba con desgano el trato irrespetuoso de su déspota superior, cuyo poder subyugador doblegó su pensamiento revolucionario. A diario, veía incluso como personas sin el más mínimo merito intelectual, obtenían estímulos y honores por usar el conocimiento que él producía de manera voluntaria y desenvuelta. Él trabajaba, en forma definitiva, en un lugar diseñado por el sistema para premiar el conformismo al cual él no estaba preparado. 

Cuando se dio cuenta, era un burócrata con la vida solucionada y los sueños asesinados… Días después renunció.


Diciembre 14 de 2014, Bogotá

El día se hizo diferente

El día se hizo diferente
fue un inicio, fue un fin.

Hoy quiero leer, aprender, recordar sonidos
para siempre y nunca más repetirlos;
retener su sinsabor,
el angustioso avance
de los minutos en un encierro mental.
Los tiempos de oscuridad
ya se están desvaneciendo
y la ilusión del futuro
sobrepone nuevos recuerdos
sobre los que aún están frescos.

Con el tiempo se afianzarán
los sufrimientos como enseñanzas,
las risas se perpetúan como anhelos.
Las conversaciones como anécdotas
e historias casi propias.
De cada persona me llevo un trozo
y de ellos construyo una torre,
tan alta y firme que podré ver
muy lejos hacia el pasado.
Renunciando al pensamiento mecánico.

24 de marzo de 2015