Estaba ahí sentado. Se
había dicho que no era el momento de su vida para hacerlo, que cuando tuviera
familia estaría bien, que nunca se comportaría como tal, ni aceptaría ese tipo
de rutina, no se sentaría al frente de una máquina y repetiría todos los días
la misma acción. Pero así lo decidió hacer y se prometió que no iba a ser por
mucho tiempo. Aceptó un trabajo como empleado permanente, de esos que cumplen
órdenes –justificadas o injustas- producto de la subordinación. De todas
maneras ¿Qué importaba?, vendería su autonomía y aniquilaría su creatividad por
un tiempo, mientras la situación económica en casa cambiara. Además, era justo
saber por qué razón, desde hacía años se había negado tácitamente a una
situación que para él era insípida y trivial; reservada únicamente para
aquellos que no eran capaces de trascender en el mundo, para los contentos
resignados a pertenecer al lugar que les toca por la simple comodidad de no esforzarse
en buscar su rol sublimador en la humanidad.
Y cuando se dio cuenta…
llenaba largos formatos y solicitudes que le podían tomar medio día. Atravesaba
pasillos, tomaba ascensores, subía y bajaba escaleras para encontrar una
oficina específica y entregar el formulario de petición de un lápiz y un
borrador. Cumplía horarios de lunes a viernes, a pesar de que muchas veces no
tuviera ninguna tarea asignada y ningún motivo para permanecer en su oficina.
Sin embargo, la empresa requería ser dueña de 10 horas diarias de su vida. La
prolongada ociosidad lo hizo egoísta y mentalmente perezoso, incapaz de refutar
con argumentos contundentes las ideas contrarias. Su entorno no lo estimulaba.
Adquirió magnífica
destreza en la habilidad de aceptar los golpes de la vida diaria: los afectivos
en sus relaciones emocionales y los físicos contundentes que recibía en el
tráfico de la hora pico. Obedecía mandatos sin sentido, provenientes de las más
obstinadas mentes, arraigadas a ideas tradicionales de las pedagogías antiguas.
Aguantaba con desgano el trato irrespetuoso de su déspota superior, cuyo poder
subyugador doblegó su pensamiento revolucionario. A diario, veía incluso como
personas sin el más mínimo merito intelectual, obtenían estímulos y honores por
usar el conocimiento que él producía de manera voluntaria y desenvuelta. Él
trabajaba, en forma definitiva, en un lugar diseñado por el sistema para premiar
el conformismo al cual él no estaba preparado.
Cuando se dio cuenta,
era un burócrata con la vida solucionada y los sueños asesinados… Días después
renunció.
Diciembre 14 de 2014,
Bogotá