Agua de coco,
trozos de melón pelado, naranja lista para comer, mango, ¿guayaba?, también. Y la
mezcla de todas ellas al mismo tiempo, por supuesto, a precio de “cora” (25
centavos de dólar) la bolsa. En los buses de servicio público metropolitano
e intermunicipal de El Salvador se encuentra lo necesario para una dieta
refrescante y saludable, adaptada a cualquier presupuesto y a lo que podría fácilmente
denominarse un temazcal móvil (baño de
vapor).
Estas antiguas rutas escolares estadounidenses, han sido reutilizadas y
acomodadas forzosamente por toda América Latina desde los años 70 -los
buses que inundaban la Bogotá de los 80´s y 90´s son los mejores testigos-. El típico Blue Bird, con forros en cuero para los
asientos y sin ventanas ni aire acondicionado, conforman el ambiente propicio
para la deshidratación en las tierras bajas de América Central, pues
con temperaturas alrededor de los 35° y una humedad del 90%, el sofoco
insoportable solo se palia con frutas.
Pero no es
suficiente vender jugosos manjares tropicales, pues el asunto no es de
solucionar la sed sino de conseguir dinero, ya que el trabajo informal avanza
vertiginosamente por todo el mundo proporcionalmente con el perfeccionamiento
de la tecnología, el reemplazo del humano por las máquinas, la
producción en masa y el neoliberalismo. Por eso, se le vende también el
complejo B, el diclofenaco, el acetaminofén, la pastilla
para la diarrea, los antibióticos, el enjuague para la calvicie, el menjurje para la mala
suerte, veneno para ratas, polillas y cucarachas; almuerzos: riguas con queso,
batidos, pinchos de carne con tortillas de maíz (a solo 2 dólares); agua,
gaseosas, pupusas y un sin fin de alimentos más; el compilado de
mp3 del ídolo del pueblo recién difunto. Todo al mismo tiempo, los
vendedores y rebuscadores se estrellan en los estrechos pasillos de los buses
en una pasarela cíclica, pues el ritual consiste en entrar por la puerta delantera,
avanzar calmadamente ofreciendo los productos a través del corredor -dilatando
inexorablemente el tiempo, dándole cabida al pasajero indeciso- salir por la puerta trasera y
volver a subirse al bus inmediatamente, para el segundo round, por si alguien se arrepiente de no haber comprado algo. Una
sobredosis en 5 minutos de parada. Esto hace de los viajes largos y monótonos un
deleite para el hambriento y la fascinación de un curioso.
Una plaza de mercado accesible en el bus.
14
de abril de 2016, San Miguel, El Salvador