En alguno de muchos de mis viajes, me
contaron la historia de una mujer de 22 años. Se decía que era la reencarnación
mortal de una antigua Diosa hindú. Ante la excentricidad de esta historia sin
detalles y mi curiosidad por conocer la razón de su reaparición entre los
mortales de países no seguidores del hinduismo, decidí salir en la búsqueda de
la deidad femenina a quien por sus huellas y sus señales encontraría distraída
en las playas de La Libertad.
La primera vez que ella me vio no inmutó
su rostro, era un lunes al medio día y hacía un bochorno asfixiante proveniente
de un sol inclemente, el mismo que ardiendo paciente la había visto siglos
antes en las montañas del norte de la India. Ella, sin embargo, lucía fresca y
tranquila; como si mi encuentro no hubiera causado la más mínima impresión. Era
un típico encuentro entre un mortal y una Diosa.
Compartí a su sombra distintas
situaciones que, aunque podrían ser descritas, prefiero resumir en momentos
cúspide.
Dialogando como seres equivalentes, Syama
me confesó que su nombre era la adaptación que Shyama había tomado en el
momento de bajar a la tierra después de miles de años en meditación e iluminación;
en los tiempos antiguos había representado la parte femenina de Krishna y ahora
en la época contemporánea buscaba un complemento masculino.
Syama hace vibrar las cuerdas y armoniza
la mortalidad de los mundanos, es la dueña de la tranquilidad y la sintonía con
el espacio-tiempo. Syama no posee prisa, aunque si tribulaciones; no se apega a
pesar de valorar lo material. Ella decía que podía sonreír sin mover sus
labios, sin embargo, logré descifrar muchos de sus gestos en una de nuestras prolongadas
conversaciones. Syama conoce su cuerpo y el potencial de los placeres carnales,
los que provienen de su interior y los que canaliza desde el cosmos. Después de
pocos días a su sombra y a sus pasos, conocí la parte más efímera de su
divinidad, la superficie de su entorno esbelto, las curvas de su rostro, su
vientre y sus caderas, sentí la profunda esencia de sus fluidos, los bebí en
exceso y me embriagué; viví dentro de ella y la profané sin ninguna
resistencia, con el consentimiento de sus músculos y aún con el deseo profundo
que ella tenía de su Krishna perdido.