domingo, 23 de septiembre de 2018

La diosa del peregrino


En alguno de muchos de mis viajes, me contaron la historia de una mujer de 22 años. Se decía que era la reencarnación mortal de una antigua Diosa hindú. Ante la excentricidad de esta historia sin detalles y mi curiosidad por conocer la razón de su reaparición entre los mortales de países no seguidores del hinduismo, decidí salir en la búsqueda de la deidad femenina a quien por sus huellas y sus señales encontraría distraída en las playas de La Libertad.



La primera vez que ella me vio no inmutó su rostro, era un lunes al medio día y hacía un bochorno asfixiante proveniente de un sol inclemente, el mismo que ardiendo paciente la había visto siglos antes en las montañas del norte de la India. Ella, sin embargo, lucía fresca y tranquila; como si mi encuentro no hubiera causado la más mínima impresión. Era un típico encuentro entre un mortal y una Diosa.

Compartí a su sombra distintas situaciones que, aunque podrían ser descritas, prefiero resumir en momentos cúspide.

Dialogando como seres equivalentes, Syama me confesó que su nombre era la adaptación que Shyama había tomado en el momento de bajar a la tierra después de miles de años en meditación e iluminación; en los tiempos antiguos había representado la parte femenina de Krishna y ahora en la época contemporánea buscaba un complemento masculino.

Syama hace vibrar las cuerdas y armoniza la mortalidad de los mundanos, es la dueña de la tranquilidad y la sintonía con el espacio-tiempo. Syama no posee prisa, aunque si tribulaciones; no se apega a pesar de valorar lo material. Ella decía que podía sonreír sin mover sus labios, sin embargo, logré descifrar muchos de sus gestos en una de nuestras prolongadas conversaciones. Syama conoce su cuerpo y el potencial de los placeres carnales, los que provienen de su interior y los que canaliza desde el cosmos. Después de pocos días a su sombra y a sus pasos, conocí la parte más efímera de su divinidad, la superficie de su entorno esbelto, las curvas de su rostro, su vientre y sus caderas, sentí la profunda esencia de sus fluidos, los bebí en exceso y me embriagué; viví dentro de ella y la profané sin ninguna resistencia, con el consentimiento de sus músculos y aún con el deseo profundo que ella tenía de su Krishna perdido.

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