lunes, 23 de marzo de 2020

Juntos permanecemos, divididos caeremos

Somos hijos de una eterna e incesante pelea por la permanencia. Nuestros padres crecieron cuando en el mundo se desarrollaba la Guerra Fría, un sistema donde solo dos interpretaciones podían convivir. La mayoría de los actuales líderes fueron formados con ese marco intelectual, de ahí viene ese miedo intrínseco al enemigo, cualquiera que ese fantasma sea. Nuestra sociedad no ha vivido un solo día en paz, un día sin muertes, sin violencia. Sin el deseo de destruir ese ser antagonista. Durante cada conflicto en la historia se ha fortalecido el imaginario de que solo podía existir el blanco o el negro. En Cuba, en Vietnam o en Corea del Norte, lo importante radicaba en que color era vencido -color con rostro y cuerpo de persona- sin importar las características de las reivindicaciones. Las ideas fueron manipuladas y tergiversadas para imponer ideologías.

Pero, ¿Qué pasa cuando ese enemigo no está en la otra persona?, ¿Cuándo ni siquiera podemos ponerle un nombre o una raza o una posición política? Ah cierto, el tema de moda es la pandemia. Pues ya pasará, no va a arrasar con toda la humanidad. ¿Y después que?, ¿Volveremos a la dicotomía entre los buenos y los malos? ¿A inventar guerras para imponer modelos? Seguro si, la Guerra Fría no fue más que la continuación de la Segunda Guerra Mundial, que a su vez fue la prolongación de los problemas de la Primera Guerra, con otros nombres y otros protagonistas. La historia en retrospectiva nos podría remitir a conflictos de poder y de ego hasta nuestro origen como homínidos, de los cuales ya perdimos memoria y de los que deriva nuestra corta biografía como especie.

Un velo de muerte se cierne sobre la humanidad, uno que no reconoce clases sociales, condicione de raza, genero, religión u orientación política. Sin embargo, en este punto del cuento, donde no hay humanos buenos o malos, sino que la guerra es contra un virus, donde la lucha es por la vida de cualquier persona, que a su vez es uno de nosotros; se enciende una luz en el trasegar de la existencia, una invitación a la sensatez, que bien podemos seguir o también ignorar. Seguramente estoy ignorando qué está pasando en muchos rincones del mundo, pero percibo que los niveles de violencia entre personas pasaron a segundo plano. Ahora que la trivialidad aflora y lo esencial se hace expreso, la naturaleza nos muestra que estábamos equivocados cuando nos preparamos toda una vida para combatir a quienes siempre serían nuestros aliados en el momento que la verdadera amenaza atacara, la de características extra-humanas.

Solo la solidaridad ha ayudado a esta especie a sobrevivir en tiempos de crisis. Solidaridad que va desde el ejemplo de naciones, como el ejemplo de Cuba al enviar un grupo de médicos a Italia para reforzar la atención en los centros de salud, hasta el nivel de individuo, como usar el sentido común, informarse de fuentes basadas en la ciencia y no en rumores de fé o pánico  y quedarse en la casa para evitar ser un vector de contagio. 

Una frase de Pink Floyd resume muy bien los párrafos anteriores "Together we stand, divided we fall".

Darmstadt, Alemania, desde la habitación.

Un artículo interesante con las posiciones de los pensadores contemporáneos acerca de las consecuencias de la pandemia es:


Si no funciona el link, transcribo literalmente desde CNN Chile:

El COVID-19 mutó para convertirse en una amenaza política: Análisis de Žižek, Byung-Chul Han, Naomi Klein y Harari

¿Cuál es el futuro que construiremos cuando acabe la pandemia? Una pregunta cuya lejana respuesta dependerá de la forma en que los países más poderosos del planeta resistan el reinado del coronavirus. Acá, cuatro de los pensadores más importantes de nuestros tiempos anticipan los modelos de sociedad que se enfrentan ante lo que muchos llaman la “guerra contra un enemigo invisible”.

El historiador Israelita Yuval Noah Harari, en su libro De animales a dioses, se pregunta ¿por qué el homo sapiens triunfó sobre los otros homínidos que habitaron la tierra? Según expone, esta supremacía se expresó en su éxito reproductivo y expansión casi viral sobre un planeta donde es la especie dominante. El costo lo pagaron todos los demás seres vivos.
“La primera oleada de extinción, que acompañó a la expansión de los cazadores recolectores, fue seguida por la segunda oleada de extinción, que acompañó la expansión de los agricultores, y nos proporciona una importante perspectiva sobre la tercera oleada de extinción, que la actividad industrial está creando en la actualidad. (…) Mucho antes de la revolución industrial, Homo sapiens ostentaba el récord entre todos los organismos por provocar la extinción del mayor número de plantas y animales” (págs. 91-92).
Y es que los humanos, como huéspedes del planeta, actuamos parecido al COVID-19. El virus invade las células y las destruye mientras se reproduce enfermando el cuerpo de quién lo acoge al punto de matarlo. Similar a lo que hemos hecho a la tierra. La diferencia está en que también nos matamos entre nosotros.
Al final de la Segunda Guerra Mundial, la economía de Estados Unidos era pujante. El conflicto más mortífero de la historia duró 6 años y significó la destrucción de gran parte de Europa, África, Asia y la Unión Soviética. El territorio de Estados Unidos no resultó afectado, todo lo contrario, la guerra potenció un periodo de crecimiento económico en ese país. “Los años dorados del capitalismo”, lo llamaron.
El presidente Harry Truman enfrentaba la consolidación de la Unión Soviética en Europa que, luego de expulsar a los nazis de su territorio, los derrotaron ocupando Berlín, lo que marcó el fin de la guerra. En ese contexto, Truman lanzó una potente señal. Con aterradora pirotecnia, en agosto del ’45 los estadounidenses detonaron dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki logrando la rendición de Japón.
El poderío militar y la holgura económica fueron las herramientas para bloquear la expansión de la URSS en el viejo continente. Mediante el plan Marshall, apoyaron económicamente a los países destruidos por el conflicto y, de paso, neutralizaron a los soviéticos. Era el inicio de la Guerra Fría, de las nuevas fronteras y los muros.
Doctrina del shock
El COVID-19 amenaza al planeta en un momento histórico distinto. El conflicto es económico, Estados Unidos y China pugnan por los mercados y los recursos globales, mientras la Unión Europea enfrenta la crisis del Brexit.
El filósofo coreano Byung-Chul Han, lúcido pensador contemporáneo radicado en Alemania, reflexiona sobre la forma en que Oriente y Occidente enfrentan la pandemia.
“El coronavirus está poniendo a prueba nuestro sistema. Al parecer, Asia tiene mejor controlada la pandemia que Europa”, dice en una publicación del diario El País.
Chul Han analiza las diferencias de ambas sociedades para explicar por qué los asiáticos logran contener el virus y no los europeos. Su conclusión es acertada, pero alarmante: “Japón, Corea, China, Hong Kong, Taiwán o Singapur tienen una mentalidad autoritaria, que les viene de su tradición cultural (…). Las personas son menos renuentes y más obedientes que en Europa”, y argumenta que los asiáticos no desconfían del Estado.
El autoritarismo se convierte en virtud durante las crisis. Sacrificamos libertad para salvarnos, aceptamos militares en la calle y toque de queda para enfrentar la amenaza. Pero los asiáticos van más allá de estas medidas, ya que su sistema de control es tan eficiente que no requieren militares en las calles.
“Apuestan fuertemente por la vigilancia digital. Sospechan que en el big data podría encerrarse un potencial enorme para defenderse de la pandemia. Se podría decir que en Asia las epidemias no las combaten solo los virólogos y epidemiólogos, sino sobre todo también los informáticos y los especialistas en macrodatos”.
En Taiwán, la táctica del gobierno no fue el distanciamiento social, ni siquiera suspendieron las clases y menos las actividades productivas. La información que extraen de los dispositivos tecnológicos les permite trazar casi a la perfección todos los contactos que tuvo un potencial infectado con el virus. El aislamiento fue selectivo. Algo similar ocurre en China.
Los proveedores chinos de telefonía móvil y de Internet comparten los datos sensibles de sus clientes con los servicios de seguridad y con los ministerios de Salud. El Estado sabe por tanto dónde estoy, con quién me encuentro, qué hago, qué busco, en qué pienso, qué como, qué compro, adónde me dirijo. Es posible que en el futuro el Estado controle también la temperatura corporal, el peso, el nivel de azúcar en la sangre, etc. Una biopolítica digital que acompaña a la psicopolítica digital que controla activamente a las personas”.
Algo imposible en occidente debido a la protección de datos, una cultura de la privacidad y libertad individual que, según constata Chul Han, resta eficiencia a los europeos para combatir el virus. La vigilancia digital se vuelve nuestra aliada, ahí radica el peligro.
“La «doctrina del shock» es la estrategia política de utilizar las crisis a gran escala para impulsar políticas que sistemáticamente profundizan la desigualdad, enriquecen a las elites y debilitan a todos los demás”. La frase, de la escritora y periodista Naomi Klein, extraída de una entrevista al programa Vice donde aborda el impacto de la pandemia del COVID-19 en Estados Unidos, viene a colación en el contexto de lo planteado por Chul Han.
Klein advierte respecto a las oportunidades que generan las crisis para implementar políticas que se justifican como necesarias en esos contextos, pero que culminan perjudicando a las personas. Basta recordar que luego de los atentados del 11-S, los estadounidenses validaron la tortura como método legítimo para combatir el terrorismo. Hoy día, este “enemigo invisible” genera nuevos temores y abre oportunidades para implementar lo que sea.
A diferencia de lo que ocurrió luego de la Segunda Guerra Mundial, la economía de Estados Unidos, la de China y todo el mundo enfrenta un complejo escenario a causa de este virus. Está claro que la salida de la crisis debe ser colectiva, pero aún no hay señales de los gobiernos planetarios en tal sentido. Las fronteras tienden a cerrarse y los países a volcarse en sí mismos. Nuevamente aparecen los muros.
La efectividad demostrada por los asiáticos para contener la amenaza les permite promover un modelo que valida la vigilancia digital de las personas y la coerción de sus libertades. Ahora es China quién envía ayuda humanitaria a Europa, máscaras y médicos para asesorar a los gobiernos.
Yuval Noah Harari asume que la ventaja que tenemos los humanos frente al virus “es la capacidad de intercambiar información. Un coronavirus en Corea y un coronavirus en España no pueden intercambiar consejos sobre cómo infectar a los humanos. Pero Corea puede enseñar a España lecciones valiosas”.
Ahí está la oportunidad, pero también, la amenaza. Legitimar la vigilancia masiva de las personas es un peligro y con la nueva tecnología adquiere hoy un giro insospechado: “porque significa una transición dramática de la vigilancia ‘sobre la piel’ a ‘bajo la piel’. Hasta ahora, cuando su dedo tocaba la pantalla de su teléfono inteligente y hacía clic en un enlace, el gobierno quería saber exactamente en qué estaba haciendo clic. Pero con el coronavirus, el foco de interés cambia. Ahora el gobierno quiere saber la temperatura de su dedo y la presión arterial debajo de su piel”.
Esto, explica Harari, pone el foco de la vigilancia también sobre nuestras emociones que se expresan biológicamente.
En general, recogemos de la experiencia de los otros, lo que puede ser funcional a nuestros intereses y poco nos importa el colectivo, menos si somos los dueños del poder. Así somos los humanos.
¿El virus trae una revolución?
El filósofo y crítico cultural esloveno Slavoj Žižek asume esta crisis como una oportunidad. “Las amenazas globales dan lugar a su vez a una solidaridad global, pues nuestras pequeñas diferencias se vuelven insignificantes y todos trabajamos juntos para encontrar una solución”.
En un artículo publicado por la revista española Contexto y Acción, plantea, metafóricamente, que el COVID-19 acarrea un virus ideológico: “el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del Estado nación, una sociedad que se actualice a sí misma en la forma de la solidaridad y la cooperación global”.
Citando la película Kill Bill 2, Žižek plantea que el virus puede ser como los golpes que da Beatrix, la protagonista de la película, al malvado Bill en la escena final.
Con la punta de los dedos, ataca cinco puntos en el cuerpo de su adversario a quién le estallará el corazón después de caminar cinco pasos. “La epidemia de coronavirus es una especie de ‘técnica de los cinco puntos para explotar un corazón’, dirigida al sistema capitalista global. Una señal de que no podemos continuar por el camino que estábamos recorriendo hasta ahora, de que un cambio radical es necesario”, asevera.
Asimismo, apunta también al comunismo chino: “las autoridades pueden sentarse, observar y tramitar formalidades como las cuarentenas, pero cualquier cambio real en el orden social (como confiar en la gente) resultará en su ruina”.
En lo que Harari, Klein, Chul Han y Žižek coinciden es que el mundo ya no será el mismo cuando acabe la pandemia. El primero plantea la necesidad de generar mecanismos reales de colaboración global. Hay que elegir entre “la vigilancia totalitaria o el empoderamiento ciudadano” o “el aislamiento nacionalista y la solidaridad global”. La clave para Harari sigue siendo la gente: “Una población motivada y bien informada suele ser mucho más poderosa y efectiva que una población ignorante y vigilada”.
Klein da el clavo cuando advierte sobre el uso que los poderosos pueden hacer de la crisis para perjudicar a los menos poderosos y Žižek también, cuando ve en el en COVID-19 una oportunidad para hacer cambios radicales, pero Chul Han discrepa y advierte: “Nada de eso sucederá. China podrá vender ahora su Estado policial digital como un modelo de éxito contra la pandemia (…), el capitalismo continuará aún con más pujanza (…) Es posible que incluso nos llegue además a Occidente el Estado policial digital al estilo chino. (…) El virus no vencerá al capitalismo. La revolución viral no llegará a producirse. Ningún virus es capaz de hacer la revolución”.
Y es verdad. La pregunta que nos queda es que efecto tendrá el COVID-19 en Chile, en medio del estallido social que comenzó el 18 de octubre. Muchos se la hacen y temen el uso político que se puede hacer de la pandemia. Pero el mismo Chul Han abre una rendija: “Confiemos en que tras el virus venga una revolución humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello planeta”.






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