Somos
hijos de una eterna e incesante pelea por la permanencia. Nuestros padres
crecieron cuando en el mundo se desarrollaba la Guerra Fría, un sistema donde
solo dos interpretaciones podían convivir. La mayoría de los actuales líderes
fueron formados con ese marco intelectual, de ahí viene ese miedo intrínseco al
enemigo, cualquiera que ese fantasma sea. Nuestra sociedad no ha vivido un solo
día en paz, un día sin muertes, sin violencia. Sin el deseo de destruir ese ser
antagonista. Durante cada conflicto en la historia se ha fortalecido el
imaginario de que solo podía existir el blanco o el negro. En Cuba, en Vietnam
o en Corea del Norte, lo importante radicaba en que color era vencido -color
con rostro y cuerpo de persona- sin importar las características de las
reivindicaciones. Las ideas fueron manipuladas y tergiversadas para imponer
ideologías.
Pero,
¿Qué pasa cuando ese enemigo no está en la otra persona?, ¿Cuándo ni siquiera
podemos ponerle un nombre o una raza o una posición política? Ah cierto, el
tema de moda es la pandemia. Pues ya pasará, no va a arrasar con toda la
humanidad. ¿Y después que?, ¿Volveremos a la dicotomía entre los buenos y los
malos? ¿A inventar guerras para imponer modelos? Seguro si, la Guerra Fría no
fue más que la continuación de la Segunda Guerra Mundial, que a su vez fue la
prolongación de los problemas de la Primera Guerra, con otros nombres y otros
protagonistas. La historia en retrospectiva nos podría remitir a conflictos de
poder y de ego hasta nuestro origen como homínidos, de los cuales ya perdimos
memoria y de los que deriva nuestra corta biografía como especie.
Un
velo de muerte se cierne sobre la humanidad, uno que no reconoce clases
sociales, condicione de raza, genero, religión u orientación política. Sin
embargo, en este punto del cuento, donde no hay humanos buenos o malos, sino
que la guerra es contra un virus, donde la lucha es por la vida de cualquier
persona, que a su vez es uno de nosotros;
se enciende una luz en el trasegar de la existencia, una invitación a la
sensatez, que bien podemos seguir o también ignorar. Seguramente estoy
ignorando qué está pasando en muchos rincones del mundo, pero percibo que los
niveles de violencia entre personas pasaron a segundo plano. Ahora que la
trivialidad aflora y lo esencial se hace expreso, la naturaleza nos muestra que
estábamos equivocados cuando nos preparamos toda una vida para combatir a
quienes siempre serían nuestros aliados en el momento que la verdadera amenaza
atacara, la de características extra-humanas.
Solo
la solidaridad ha ayudado a esta especie a sobrevivir en tiempos de crisis. Solidaridad
que va desde el ejemplo de naciones, como el ejemplo de Cuba al enviar un grupo
de médicos a Italia para reforzar la atención en los centros de salud, hasta el
nivel de individuo, como usar el sentido común, informarse de fuentes basadas
en la ciencia y no en rumores de fé o pánico y quedarse en la casa para evitar ser un
vector de contagio.
Una
frase de Pink Floyd resume muy bien los párrafos anteriores "Together we
stand, divided we fall".
Darmstadt,
Alemania, desde la habitación.
Un artículo
interesante con las posiciones de los pensadores contemporáneos acerca de las
consecuencias de la pandemia es:
Si
no funciona el link, transcribo literalmente desde CNN Chile:
El COVID-19 mutó
para convertirse en una amenaza política: Análisis de Žižek, Byung-Chul Han,
Naomi Klein y Harari
¿Cuál es el futuro que
construiremos cuando acabe la pandemia? Una pregunta cuya lejana respuesta
dependerá de la forma en que los países más poderosos del planeta resistan el
reinado del coronavirus. Acá, cuatro de los pensadores más importantes de
nuestros tiempos anticipan los modelos de sociedad que se enfrentan ante lo que
muchos llaman la “guerra contra un enemigo invisible”.
El historiador Israelita Yuval
Noah Harari, en su libro De animales a dioses, se
pregunta ¿por qué el homo sapiens triunfó sobre los otros homínidos que
habitaron la tierra? Según expone, esta supremacía se expresó en su
éxito reproductivo y expansión casi viral sobre un planeta donde es la
especie dominante. El costo lo pagaron todos los demás seres vivos.
“La primera oleada de extinción, que
acompañó a la expansión de los cazadores recolectores, fue seguida por la segunda
oleada de extinción, que acompañó la expansión de los agricultores, y nos
proporciona una importante perspectiva sobre la tercera oleada de extinción,
que la actividad industrial está creando en la actualidad. (…) Mucho antes de
la revolución industrial, Homo sapiens ostentaba el récord entre todos
los organismos por provocar la extinción del mayor número de plantas y animales”
(págs. 91-92).
Y es que los humanos, como
huéspedes del planeta, actuamos parecido al COVID-19. El virus invade las
células y las destruye mientras se reproduce enfermando el cuerpo de quién lo
acoge al punto de matarlo. Similar a lo que hemos hecho a la tierra. La
diferencia está en que también nos matamos entre nosotros.
Al final de la Segunda Guerra Mundial,
la economía de Estados Unidos era pujante. El conflicto más mortífero de la
historia duró 6 años y significó la destrucción de gran parte de Europa,
África, Asia y la Unión Soviética. El territorio de Estados Unidos no resultó
afectado, todo lo contrario, la guerra potenció un periodo de crecimiento económico
en ese país. “Los años dorados del capitalismo”, lo llamaron.
El presidente Harry Truman
enfrentaba la consolidación de la Unión Soviética en Europa que,
luego de expulsar a los nazis de su territorio, los derrotaron ocupando Berlín,
lo que marcó el fin de la guerra. En ese contexto, Truman lanzó una potente
señal. Con aterradora pirotecnia, en agosto del ’45 los estadounidenses
detonaron dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki logrando la
rendición de Japón.
El poderío militar y la holgura económica
fueron las herramientas para bloquear la expansión de la URSS en el
viejo continente. Mediante el plan Marshall, apoyaron económicamente a los
países destruidos por el conflicto y, de paso, neutralizaron a los soviéticos.
Era el inicio de la Guerra Fría, de las nuevas fronteras y los
muros.
Doctrina del shock
El COVID-19 amenaza al planeta en un
momento histórico distinto. El conflicto es económico, Estados Unidos y
China pugnan por los mercados y los recursos globales, mientras la Unión
Europea enfrenta la crisis del Brexit.
El filósofo coreano Byung-Chul
Han, lúcido pensador contemporáneo radicado en Alemania, reflexiona sobre
la forma en que Oriente y Occidente enfrentan la pandemia.
“El coronavirus está poniendo a prueba
nuestro sistema. Al parecer, Asia tiene mejor controlada la pandemia
que Europa”, dice en una publicación del diario El País.
Chul Han analiza las diferencias de
ambas sociedades para explicar por qué los asiáticos logran contener el
virus y no los europeos. Su conclusión es acertada, pero alarmante: “Japón,
Corea, China, Hong Kong, Taiwán o Singapur tienen una mentalidad
autoritaria, que les viene de su tradición cultural (…). Las personas
son menos renuentes y más obedientes que en Europa”, y argumenta
que los asiáticos no desconfían del Estado.
El autoritarismo se convierte en virtud
durante las crisis. Sacrificamos libertad para salvarnos, aceptamos militares en la calle
y toque de queda para enfrentar la amenaza. Pero los asiáticos van más
allá de estas medidas, ya que su sistema de control es tan eficiente
que no requieren militares en las calles.
“Apuestan fuertemente por la vigilancia
digital. Sospechan que en el big data podría encerrarse un potencial enorme
para defenderse de la pandemia. Se podría decir que en Asia las epidemias
no las combaten solo los virólogos y epidemiólogos, sino sobre todo también los
informáticos y los especialistas en macrodatos”.
En Taiwán, la táctica del gobierno no
fue el distanciamiento social, ni siquiera suspendieron las clases y menos las
actividades productivas. La información que extraen de los dispositivos
tecnológicos les permite trazar casi a la perfección todos los contactos que
tuvo un potencial infectado con el virus. El aislamiento fue selectivo.
Algo similar ocurre en China.
“Los proveedores chinos de telefonía
móvil y de Internet comparten los datos sensibles de sus clientes con los
servicios de seguridad y con los ministerios de Salud. El Estado sabe por
tanto dónde estoy, con quién me encuentro, qué hago, qué busco, en qué pienso,
qué como, qué compro, adónde me dirijo. Es posible que en el futuro el Estado
controle también la temperatura corporal, el peso, el nivel de azúcar en la sangre,
etc. Una biopolítica digital que acompaña a la psicopolítica digital
que controla activamente a las personas”.
Algo imposible en occidente debido a la
protección de datos, una cultura de la privacidad y libertad individual que, según constata
Chul Han, resta eficiencia a los europeos para combatir el virus. La vigilancia
digital se vuelve nuestra aliada, ahí radica el peligro.
“La «doctrina del shock» es
la estrategia política de utilizar las crisis a gran escala para impulsar
políticas que sistemáticamente profundizan la desigualdad, enriquecen a las
elites y debilitan a todos los demás”. La frase, de la escritora y
periodista Naomi Klein, extraída de una entrevista al
programa Vice donde aborda el impacto de la pandemia
del COVID-19 en Estados Unidos, viene a colación en el contexto de lo
planteado por Chul Han.
Klein advierte respecto a las
oportunidades que generan las crisis para implementar políticas que se
justifican como necesarias en esos contextos, pero que culminan perjudicando a
las personas. Basta recordar que luego de los atentados del 11-S, los
estadounidenses validaron la tortura como método legítimo para combatir el terrorismo.
Hoy día, este “enemigo invisible” genera nuevos temores y abre
oportunidades para implementar lo que sea.
A diferencia de lo que ocurrió luego de
la Segunda Guerra Mundial, la economía de Estados Unidos, la de China y todo el
mundo enfrenta un complejo escenario a causa de este virus. Está claro
que la salida de la crisis debe ser colectiva, pero aún no hay señales de los
gobiernos planetarios en tal sentido. Las fronteras tienden a cerrarse y los
países a volcarse en sí mismos. Nuevamente aparecen los muros.
La efectividad demostrada por los asiáticos
para contener la amenaza les permite promover un modelo que valida la
vigilancia digital de las personas y la coerción de sus libertades. Ahora
es China quién envía ayuda humanitaria a Europa, máscaras y médicos para
asesorar a los gobiernos.
Yuval Noah Harari asume que la ventaja
que tenemos los humanos frente al virus “es la capacidad de intercambiar
información. Un coronavirus en Corea y un coronavirus en España no
pueden intercambiar consejos sobre cómo infectar a los humanos. Pero Corea
puede enseñar a España lecciones valiosas”.
Ahí está la oportunidad, pero también,
la amenaza. Legitimar la vigilancia masiva de las personas es un peligro y con
la nueva tecnología adquiere hoy un giro insospechado: “porque significa una
transición dramática de la vigilancia ‘sobre la piel’ a ‘bajo la piel’.
Hasta ahora, cuando su dedo tocaba la pantalla de su teléfono inteligente y
hacía clic en un enlace, el gobierno quería saber exactamente en qué estaba
haciendo clic. Pero con el coronavirus, el foco de interés cambia. Ahora
el gobierno quiere saber la temperatura de su dedo y la presión arterial debajo
de su piel”.
Esto, explica Harari, pone el foco de
la vigilancia también sobre nuestras emociones que se expresan
biológicamente.
En general, recogemos de la experiencia
de los otros, lo que puede ser funcional a nuestros intereses y poco
nos importa el colectivo, menos si somos los dueños del poder. Así somos
los humanos.
¿El virus trae una revolución?
El filósofo y crítico cultural
esloveno Slavoj Žižek asume esta crisis como una oportunidad.
“Las amenazas globales dan lugar a su vez a una solidaridad global, pues
nuestras pequeñas diferencias se vuelven insignificantes y todos trabajamos
juntos para encontrar una solución”.
En un artículo publicado por la revista
española Contexto y Acción,
plantea, metafóricamente, que el COVID-19 acarrea un virus ideológico:
“el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá
del Estado nación, una sociedad que se actualice a sí misma en la forma de
la solidaridad y la cooperación global”.
Citando la película Kill
Bill 2, Žižek plantea que el virus puede ser como los golpes que da
Beatrix, la protagonista de la película, al malvado Bill en la escena final.
Con la punta de los dedos, ataca cinco
puntos en el cuerpo de su adversario a quién le estallará el corazón después de
caminar cinco pasos. “La epidemia de coronavirus es una especie de ‘técnica de
los cinco puntos para explotar un corazón’, dirigida al sistema capitalista
global. Una señal de que no podemos continuar por el camino que estábamos
recorriendo hasta ahora, de que un cambio radical es necesario”, asevera.
Asimismo, apunta también al
comunismo chino: “las autoridades pueden sentarse, observar y tramitar
formalidades como las cuarentenas, pero cualquier cambio real en el orden
social (como confiar en la gente) resultará en su ruina”.
Lee también: “Si no se decreta cuarentena,
contagiados en Chile podrían llegar a 30 mil a mediados de abril de este año”
En lo que Harari, Klein, Chul
Han y Žižek coinciden es que el mundo ya no será el mismo cuando acabe la
pandemia. El primero plantea la necesidad de generar mecanismos reales de
colaboración global. Hay que elegir entre “la vigilancia totalitaria o
el empoderamiento ciudadano” o “el aislamiento nacionalista y
la solidaridad global”. La clave para Harari sigue siendo la gente: “Una
población motivada y bien informada suele ser mucho más poderosa y
efectiva que una población ignorante y vigilada”.
Klein da el clavo cuando advierte sobre
el uso que los poderosos pueden hacer de la crisis para perjudicar a los menos
poderosos y Žižek también, cuando ve en el en COVID-19 una oportunidad para
hacer cambios radicales, pero Chul Han discrepa y advierte: “Nada de eso
sucederá. China podrá vender ahora su Estado policial digital como un
modelo de éxito contra la pandemia (…), el capitalismo
continuará aún con más pujanza (…) Es posible que incluso nos llegue
además a Occidente el Estado policial digital al estilo chino. (…) El virus no
vencerá al capitalismo. La revolución viral no llegará a producirse. Ningún
virus es capaz de hacer la revolución”.
Y es verdad. La pregunta que nos queda
es que efecto tendrá el COVID-19 en Chile, en medio del estallido social que
comenzó el 18 de octubre. Muchos se la hacen y temen el uso político que se
puede hacer de la pandemia. Pero el mismo Chul Han abre una rendija: “Confiemos
en que tras el virus venga una revolución humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS
dotadas de RAZÓN, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el
capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva
movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello
planeta”.
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