viernes, 3 de diciembre de 2021

Capitulo 1: Diego Olave - "La Morra"


Diego tiene 30 años, es solo unos cuantos meses menor que yo. Lo conocí en el colegio cuando teníamos tal vez 13 o 14, cursábamos octavo grado. Todos los estudiantes de nuestro salón habíamos elegido como especialidad técnica los sistemas y la computación. Diego, junto con otros tres compañeros: Monastoque (Monas), Mejía y Mendoza eran los únicos que pertenecían a la especialidad en Modelería. Por esa razón, ellos eran de cierta manera unos intrusos. Pero se adaptaron bien, se integraron, eran como hermanitos en adopción. Excepto Mendoza, esa es una historia aparte que merece libros enteros. 

No fue difícil hacer complicidad con Diego, encajamos muy bien. Compartíamos gustos por muchas cosas y nos encontrábamos en etapas similares de la adolescencia. Buscábamos lo mismo: pertenecer a un grupo que se estaba empezando a consolidar, explorar música que nos hiciera diferentes de quienes considerábamos solo gente común y corriente, montársela a los demás y pasar materias con el mínimo esfuerzo: sin estudiar. Uno de nuestros pasatiempos favorito era ponerles apodos a los profesores, hacer chistes y cagarnos de la risa, en pocas palabras, exprimir la diversión. Aún nos acordamos del apodo del profesor de matemáticas, “Paco pistolas”. Se lo ganó gracias a su parado con una postura donde sus caderas estaban mucho más adelante que su espalda, con las manos en los bolsillos al estilo de un pistolero del lejano oeste a punto de desenfundar sus revólveres colt 45. “Medio mundo” era la profesora de inglés, tenía unos kilitos de más, una cuestión de percepción. A medio mundo la reemplazó “La Muppet” a mitad de año. Nada importaba de verdad. 

Uno de los primeros vínculos que creamos con Diego fue comercial. Yo solía vender dulces, chicles, chocolates y también de esas gelatinas que venían en vasitos de plástico pequeños en forma de medio ovalo y que años después sacaron del mercado, porque supuestamente eran peligrosas para los niños. Que estupidez. Yo hacía negocio con cualquier producto que fuera barato y que encontrara en los locales de la Plaza España, en el centro de Bogotá, a tres cuadras del colegio. Diego era uno de mis principales clientes, casi que, de los mejores, un comedor de mini bum y squirts excepcional. Así nos fuimos acercando. En medio de las clases me hacía pedidos de 5 minibums, 2 squirts, una chocolatina Quimbaya, todo en combo. Le gustaba hacer mercado en variedad. No sé cómo hacía para comer tanta azúcar. Él me enviaba el dinero a través de los compañeros del salón, pasando de mano en mano, 800 pesos o alrededor de una luca, ya era una buena venta. Yo le despachaba el encargo en una cartuchera de la misma manera o a veces, cuando el profesor daba la espalda, lo lanzaba por encima de las cabezas de todos los que estuvieran en medio. En una ocasión, el profesor de Español, un santandereano de disciplina soviética y línea socialista llamado Víctor Sinuco, vio la cartuchera volando de lado a lado del salón. Ese acto fue suficiente para una citación de acudiente y una anotación en el observador del alumno con la célebre frase “el amigo lanza misiles”, o tal vez “el amigo lanza proyectiles”. 

No se si era una sorprendente coincidencia o era el poder de atracción entre dos personas que se caen bien -o tal vez mis dulces-, pero casi siempre estábamos sentados cerca, atrás y a la izquierda, en uno de los rincones del salón de 8°F, lo más lejos posible del escritorio del profesor. Aunque la mayoría de las veces había competencia por tomar esos puestos, había un silencioso pacto donde todos acordamos tomar posiciones determinadas, cada uno con su parche. Los lambones a un lado, los ñoños al frente, las gonorreas como nosotros atrás, aunque la verdad éramos los mejores en todo. Eran lugares privilegiados para la vagancia. Lo único realmente importante era que esos puestos siempre estuvieran ocupados por nuestro combo, que no eran pocos en realidad. En un principio variaba el número, estábamos empezando a consolidar complicidades. Por lo tanto, ya se imaginarán, Diego era vago, pero un buen vago, de los astutos, de los que no necesitan esforzarse mucho para sacar buenas notas, de los originales. Porque tiene suerte y tiene inteligencia. De los que frecuentamos llamar vagos en contraposición del lambón que se esfuerza por agradar al profesor y de joder a los demás. Los buenos vagos cambian el mundo, los lambones se pudren en un escritorio durante 50 años por un buen salario hasta que se pensionan. 

Sus amigos le tenemos un apodo de cariño, lo llamamos Morra, o La Morra cuando hablamos de él en tercera persona. Debe haber varias versiones sobre el origen de este sobrenombre. Yo me acuerdo bien de mi versión. No sé por qué tenía fama de contar con un miembro grande. Cuando se estudia en un colegio masculino, mucho del diario vivir gira en torno a la masculinidad, la sexualidad y los falos. No teníamos tabúes al respecto. Creo que, desde esa época, establecimos el tema de la sexualidad como uno esencial en nuestras reuniones. Las conversaciones podían sobrepasar cualquier nivel de aberración y nadie se quejaba. Diego tenía esa fama, tal vez era su recurrente apología a situaciones sexuales, de las que todos hacíamos eco y reíamos. No es que él fuera una fuente de perversión y morbo, todos lo éramos, pero sencillamente él siempre estaba presente. Recuerdo que cuando nuestro grupo de amigos conversaba durante los descansos, Diego llegaba de la nada, rompiendo el hielo y rompiendo el circulo de la reunión mientras gritaba “Morronga! Morronga!”, agarrándose su “gran” miembro por encima del pantalón y balanceando su cintura hacia adelante con movimientos sexuales, amenazándonos con darnos “morronga”. La seriedad de cualquier charla podía ser interrumpida por la intempestiva intromisión, pero la hilaridad de la situación hacía que los cambios de clases fueran espacios de diversión. Desde ahí lo conocemos como Morronga, y después y para siempre solo como La Morra, incluso luego de los pocos meses que su baile sugestivo quedó en la historia. 

Con Diego compartíamos una pasión por la música, empezábamos a explorar diferentes géneros del rock y cada vez nos atrapaba mas la frescura y la rapidez del neopunk de Blink 182, la intensidad y desenfreno de los Guns N´ Roses, la majestuosidad y limpieza de Metallica y en general el estilo de vida que representaba escuchar rock en una sociedad entregada a la salsa, el vallenato, el merengue, el despecho, las baladas y el naciente reggaetón. Ser rockero significaba ser un outsider, ser original y único. Leíamos las biografías de las bandas. Nuestra única fuente de información era el incipiente internet de los troglodíticos computadores de la biblioteca del colegio. Cuando teníamos clases de informática no perdíamos el tiempo en prestar atención a los mediocres profesores que sólo se sentaban a ver porno. Buscábamos música y la descargábamos con programas de torrent como Ares o Limewire. En esas clases de informática nos sentábamos a ver videos de Iron Maiden, Megadeth, Ramones, y muchos otros grupos que alimentarían con bandas sonoras episodios de nuestra vida. En pocas palabras, compartíamos álbumes, letras e historias rockeras. Diego tenia una ventaja, su hermano mayor llevaba un recorrido más largo en la historia musical. Libardo escuchaba metal para esa época, y Diego me contaba las historias locas de su hermano. Unas odas que alimentaban nuestra admiración por la vida del rock and roll. Cuando hablábamos de alguno de sus tres hermanos, para que yo no los confundiera les pusimos apodos característicos, bautizamos a Libardo como “El Metacho” y al otro como “el culión”, ya se imaginarán por qué. A pocas cuadras del colegio existía un centro comercial de mala muerte. El “shopping center” se dedicaba casi que exclusivamente a la piratería de música y películas. De ahí conseguimos nuestros primeros discos, que después grabábamos en mp3 o “quemábamos” en el único computador de la sala de sistemas donde se podían copiar discos.  

Diego cargaba y aún carga un peso de tristeza y melancolía en su alma. La oscuridad cayó sobre su hogar en algún momento y no fue fácil vivir con ella. Él no hablaba mucho de ese tema. La única vez que me contó fue suficiente para entender su universo mucho mejor, y creo que desde ahí me siento más cercano a él. Miller, su hermano mayor se quitó la vida en su cuarto, se disparó en el pecho. “Era posiblemente el medio día, todos estábamos en el primer piso cuando escuchamos el disparo”, me recordó Diego en una conversación 17 años después de tener ese primer dialogo acerca de su hermano. Miller no pudo soportar la persecución de los espíritus sombríos ni de la brujería que alguien había arrojado sobre la familia, y de la que Miller sufrió lo más profundo de las consecuencias. Desde entonces, nadie en su casa volvió a ser el mismo.  

Carolina -una de mis mejores amigas durante la adolescencia- conoció a Diego en alguna de esas reuniones o eventos que ocurren entre grupos de niñas de colegios femeninos y grupos de amigos de colegios masculinos. Caro me decía que cuando vio a Diego la primera vez, le pareció que era el más guapo de todos. Estaban jugando pico botella, y todas las chicas querían besar a Diego, solo una tuvo el privilegio. Hasta muchos años después de ese tarde de juego, Carolina todavía ponía ese tema de conversación. Ella siempre me preguntaba por Dieguito, y eso que solo lo vio una vez y tal vez no hablaron mas de un par de minutos. Increíble el poder que Diego tenía sobre algunas chicas. 

Recuerdo una experiencia memorable de los momentos que Morra y yo pasamos juntos. Estábamos cursando 8º grado y la profesora de inglés, a quien apodamos La Muppet -por su cara arrugada y afelpada como de rana René-, nos dejó como tarea aprender una canción en inglés y cantarla en frente de toda la clase y de otros cursos invitados. Por supuesto, la música nos unió una vez más. Nuestro grupo estaba compuesto por La Nicua, La Geisha, Morra y yo. Cantamos “Don´t cry” de Guns N´ Roses. Nunca se me olvidan esos 5 minutos de gloria en la tarima, sintiéndome como un rockstar, saboreando el placer de la atención y la fama. Queríamos cantar en bóxer, como Axl Rose, pero nos censuraron. Éramos unos jóvenes vanguardistas en una jaula de profesores seniles y conservadores del Instituto Técnico Central de La Salle. Terminamos arremangándonos los jeans hasta los muslos. No sé qué estaría pensando Diego, pero ahí estuvimos juntos. 

Cuando estábamos en 10º grado, Diego y yo teníamos una relación afianzada. No éramos los mejores amigos, pero estábamos incondicionalmente en momentos complicados. Los últimos meses del año yo había empezado a salir con una chica, era mi primera novia, se llamaba Carolina (no la que estaba secretamente enamorada de Diego, otra, el 30 % de las viejas de esa generación se llaman Carolina). Ella estaba en primer semestre de universidad, estudiaba Comunicación social y periodismo en Inpahu y le gustaba el Death Metal. Una vez me invitó a su casa a escuchar el álbum “Jahve Karma” de Kilcrops, 10 canciones de una descarga brutal batería. desde ahí me escucho ese álbum cada vez que quiero limpiar mi vida de tristeza. Solo Diego podía entender lo que era tener una relación con una metacha, de maquillaje con sombras negras y botas punta de acero. Por eso elegí a Morra como mi confidente. Fue una relación intensa. Nuestro primer beso fue en la última fila de una buseta que cubría la ruta San Fernando – Santo Domingo (Ciudad Bolívar), la 621. Transcurría un eterno trancón por la carrera décima hacia el sur, entre calles 15 y 10, el puro San Victorino. Hacía un calor sofocante, que aplastaba todavía más estando entre esa caja metálica que se movía entre el incesante ruido de mil pitos de bus y el smog entrando por las ventanas. Eran las 2:40 de la tarde. Yo estaba recostado sobre las piernas de Carolina mientras el mundo pasaba a nuestro alrededor, ella me besó. Yo tenía 15 años, y ese era mi primer beso con amor. 


La Morra y yo en en el último año de colegio en 2007. Años de abuso en el uso del gel y la ropa negra en el uniforme.

Aunque la Morra no fue parte del desarrollo de mi relación, si lo fue de su final. Nosotros hablábamos sobre ella, porque de cierto modo, ser rockero y salir con una metalera, más aún mayor, era algo de status, yo me sentía en la cima del mundo. Ese noviazgo no duró mucho, el 22 de diciembre de 2007, 4 meses después de nuestra primera conversación en la buseta, Carolina me llamó desde Medellín, en donde estaba de vacaciones visitando a su familia. Me dijo que “eso era todo”, que ya no quería estar conmigo. Mi mundo se derrumbó. Mi primer desmoronamiento emocional. No tenía de que agarrarme. Mis vacaciones siempre las pasaba solo, mi madre trabajó incansablemente durante 20 años para darme a mí y a mi hermano una buena educación, comida y techo. Mi único apoyo fue morrita. Lo llamé desesperado para consolarme y el estuvo ahí. Me dijo -pues venga marica acá a la casa y nos tomamos algo y me cuenta que pasó-. 

Ese día yo vestía un pantalón de jean entubado, que recién había recogido del sastre. El modista lo entubó tanto que tuve que hacer un gran esfuerzo para ponérmelo, no podía ni siquiera flexionar las rodillas. Era mi etapa punk y hacer amistad con Diego (un metacho) era “prohibido”. Punks y metachos no se mezclaban, pero nuestra amistad nació cuando los dos éramos de todas las subculturas y escuchábamos todo tipo de música. El sectarismo musical era una característica de esa generación que vio nacer el reggaetón y que inauguró los primeros pasos del baile. Toda la radicalidad se iba al piso cuando en una fiesta se daba el chance de perrear con una chica. Morra era un contradictor ortodoxo del reggaetón, hasta que llegaba la fiesta del viernes. Era singular ver a alguien vestido completamente de negro bailando este monótono ritmo tropical. Ese pantalón entubado, que me hacía ver más como un muñeco de ventrílocuo, en palabras de mi mamá, fue tema de conversación durante toda la tarde. 

Solíamos tomar vino en caja -de la Vinaja-, era la bebida del rockero, especialmente del metalero, un moscatel dulcísimo que daba unos guayabos suicidas. Cuando fui a visitarlo, nos sentamos al frente de la casa, en el anden, con nuestras espaldas recostadas sobre la pared de la fachada verde claro. Diego sacó el equipo de sonido, de esos antiguos de dos bafles, y lo puso sobre el concreto. Escuchamos varios discos, de las últimas adquisiciones piratas del Shopping Center o del San Andresito de la 22. Uno de los álbumes más escuchados esa tarde fue el Puritanical Euphoric Misanhtropia de Dimmu Borgir. Diego tenia su canción favorita, Burn in Hell. Yo solo quería escuchar Mourning Palace del álbum Enthrone Darkness Triumphant, se la hice repetir varias veces. Los vecinos nos miraban raro.

El apoyo emocional de morrita me ayudó a tener un duelo rápido. Desde ese entonces empecé a entender que el consumo de alcohol en situaciones traumáticas y en buena compañía puede llegar a ser terapéutico. Un ejercicio de catarsis que no necesita perfeccionarse ni repetirse, sino que debe ocurrir una sola vez, de lo contrario se vuelve dañino. No se trata de ahogar las penas en alcohol, más bien de hacer trivial algo a lo que le damos mucha importancia y que ya debería quedar en el pasado porque nos está trayendo dolor. Para superar un amor perdido en una sola noche se necesitan solo tres cosas: una buena borrachera, la música favorita y un cómplice con las palabras y consejos oportunos. Diego fue el primer hombro sobre el que lloré una pena de amor. 

Ir a la casa de Diego desde la mía era una aventura. Pero más lo era volver. No vivíamos lejos en realidad, pero nos separaba una de las comunas más peligrosas de la ciudad, Ciudadela Sucre. Y es que hay que empezar diciendo que yo vivía en la cima de la montaña de Altos de Cazuca, en el barrio Santo Somingo y Diego en la parte plana, en Bosa Piamonte, otra localidad donde también se amontonan las clases trabajadoras de la ciudad. Para llegar a su casa yo tenía que caminar 12 cuadras hasta el paradero de unos pequeños colectivos, viejos pero estilizados. Eran muy similares a las van donde algunos grupos de mariachi viajan brindando serenatas en fiestas de cumpleaños y de quinceañeras. Eran pequeños colectivos de aspecto lúgubre, el pasaje costaba 600 pesos en 2005. El recorrido era corto, pero con alta probabilidad de ser mortal. Bajando de la montaña habían pendientes de 45 grados y antiguos huecos de cantera donde ya varios colectivos habían terminado por fallas mecánicas. Sobra decir que las calles no tenían pavimento y que si estaba lloviendo, ese viaje era una sobredosis de adrenalina. Había gente que rezaba el rosario mientras duraba el descenso.

Pero quien vive con miedo a morir no disfruta la belleza de la vida y de ahí, entre más cerca se esté de la muerte, se es más susceptible de ser asombrado por la fogosidad de la existencia. Por eso visitar a Diego era una experiencia de vida y muerte. La primera vez yo tendría unos 14 años. Él me recogió en el paradero de Soacha, La Despensa y empezamos a caminar hacia su casa, mientras que conversábamos, yo me dejaba sorprender por lo interesante de conocer nuevas calles, entre barrios que como dejavú, parecían recordarme otros lugares. La Bogotá de la clase popular se ve toda igual. Un mar de casas rectangulares de 2 y 3 pisos añadidas una a la otras y creciendo verticalmente a medida que la familia lo hace. En el primer piso hay casi siempre un negocio. Así es Bosa. Era como viajar muy lejos pero a pequeña escala. Cruzamos un cementerio. Era misterioso y muy extraño que hubiera un cementerio ahí en medio de las zonas residenciales, haciendo parte del vecindario como si a nadie le importara que los vecinos estuvieran muertos.

La primera vez que dormí en la casa de Diego, sentí una emoción incontenible, era como visitar una réplica de mi hogar, pero con una mamá acosteñada y morena. Dentro de nuestro grupo de amigos, todos éramos hijos adoptivos de las madres ajenas. La casa era impecable, en 2022 todavía lo era. Su madre Doña Nelcy, una santandereana de Barrancabermeja con acento bien marcado, me recibió y me acogió como a un hijo. Me empezó a llamar Tanga, como me llaman mis amigos. De hecho, fue así como Diego me presentó, - Nelcy, él es Tanga- le dijo. -Hola Tanga- replicó ella. - ¿Quiere alguito de tomar? Hay gaseosa, jugo de guayaba hecho o le puedo preparar juguito de tomate de árbol-. Eran las frutas con las que crecí, las del pueblo, locales, siempre baratas independientemente de las sequias o las inundaciones. En Colombia siempre hay guayaba y siempre hay tomate de árbol. Y en una casa del sur de Bogotá, de familia trabajadora, el sabor de estas frutas es el recuerdo de nuestras madres en sus cocinas. Desde ese entonces, mi relación con Doña Nelcy esta intermediada por grandes y sabrosas comidas. Por eso el hogar de Diego, a pesar de no visitarlo con frecuencia, me hace sentir como en un refugio seguro. 

Doña Nelcy estaba casada con un militar pensionado quien después de 20 años de servicio había logrado ascender al rango de sargento viceprimero, el señor Libardo, el padre de Morra. Con él solo intercambié un par de palabras alguna vez, el saludo. Era un señor serio y solitario, de apariencia elegante y altiva en su forma de vestir y de andar. Mostraba un aire de típico papá nacido en los 50 a 60s, pero con más solemnidad. Se vestía de camisa manga larga, pantalón de lino y una chaqueta o saco. 

La noche de esa primera vez que visité a Morra jugamos en el Xbox por varias horas, fue divertido. Era el único amigo que tenía consola y me invitaba a jugar. Ese día, como muchas otras ocasiones, hablamos de música con fluidez. Nos contamos todo lo que sabíamos de las respectivas bandas con las que estábamos enganchados. Diego y yo habíamos empezado a escuchar Black Metal para esa época, él me mostró una pequeña colección de álbumes que hasta ahora estaba tomando forma con grupos como Dimmu Borgir, Burzum, Marduk, Immortal, Emperor, Darkthrone y otros más provenientes de Noruega, Finlandia, Suecia y otros países de eternos inviernos y personalidades introspectivas. Nos sorprendió la noche comiendo maíz pira y viendo una película de zombis sobre un colchón en la sala. Creo que no la pudimos terminar de ver, menos mal el CD se rayó, y no pasaba de cierto minuto. De todas formas, el miedo me ya poseía y no me dejó conciliar el sueño fácil. La película se llamaba “El amanecer de los muertos”. 

Cuando empezamos a ir a toques de rock, nos invitábamos el uno al otro. Recuerdo uno en particular. Diego me contó de un festival llamado “Bosa: la escena del rock”. Ocurrió en uno de los cientos de barrios que tiene la localidad de Bosa, en un parque llamado Chiminigagua, que era más bien un polideportivo con canchas de microfútbol y baloncesto, y tal vez un CAI de la policía en la esquina. Por supuesto, no faltaba nunca una caja de vino de la vinaja. A nuestros 15 años, no perdíamos la oportunidad de meternos a un pogo a empujar y lanzar puños y patadas desenterrando la frustración de una adolescencia existencial. 

En Agosto de 2017 emigré de Colombia para estudiar en Alemania. Dejar amigos tan cercanos, tan íntimos, y de tanta complicidad no fue fácil. Una parte del que se va de su país siempre se queda, es lo que nos hace volver. Hay una voz que todos los días nos martilla el subconsciente diciéndonos “¿Qué haces aquí?. Crear un nuevo grupo de amigos o tratar de entrometerme en los que ya estaban hechos en Alemania no fue una tarea de días, incluso después de varios años aun siento que no pertenezco a este lugar. Fue refrescante cuando Diego vino a visitarme. Su empresa lo había enviado a una capacitación a Alemania y él tomó unos días de descanso extra para visitarme. Nos encontramos en un café de un centro comercial de Darmstadt. Esa noche mi turno en el supermercado se había alargado más de lo programado y él llevaba horas esperándome mientras se tomaba una cerveza. Esa noche sentí que estaba en casa, nada era diferente a mi añorada Bogotá. El hogar no es un espacio físico, es un estado espiritual. Diego me trajo mi hogar por unos días. 

Diego fue el primer amigo que conoció a Sofía, mi compañera de camino desde esa época. Sofía lleva dentro de si una hospitalidad y una calidez inalienable que parecen ser genéticas. Es una griega con el esplendor de las esculturas y la sabiduría acumulada por su pueblo desde la época de los primeros filósofos clásicos. Sofía también merece tomos enteros. Es una de las personas mas completas que conozco y de ahí que encajamos muy bien. Ella complementa mi incompletitud. Sofía estaba muy contenta de conocer a Diego, era como ver una prueba fehaciente de que todas las historias que yo le había contado de mis años ñeros en Colombia eran reales. Los tres juntos visitamos el castillo Alsbach, una de esas fortalezas de la edad media donde habitaban las familias poderosas y los reyes entre muros de piedra. Era casi que un escenario para un concierto de metal nórdico, por eso no dudé en llevar a Diego cuando pensamos donde gastar un frio día de otoño. Las torres de vigilancia del castillo tenían más de 40 metros de altura y estaban hechas en piedra maciza construidas a principios del siglo XIII. Las enormes puertas de madera a la entrada y la infranqueable topografía le daban un aspecto de cuento de los hermanos Grimm junto con película desenvuelta en la Tierra Media de Tolkien. Todo era un escenario nunca antes imaginado para un reencuentro de amigos del sur de Bogotá. 


                                 Diego, Sofia y yo en la torre del Alsbach Schloss (2018)


A inicios de 2021, una inesperada enfermedad se manifestó con todo el peso en el padre de Morra, llevándoselo de forma súbita en menos de dos semanas. “Es duro pensarlo, pero yo siento que mi papá se va a ir” me dijo Diego un lunes, cuatro días antes de que don Libardo falleciera en el Hospital Militar de Bogotá. “Espero poder verlo más tarde y despedirme” me contó mientras él conducía su bicicleta de camino al hospital a visitarlo por última vez. Eran tiempos donde visitar un enfermo en los hospitales era casi imposible debido a las restricciones impuestas por la pandemia. Diego se pudo despedir de su padre. Sus cenizas reposan en paz junto a un árbol de flor morado (Tabebuia rosea) en el suelo que lo vio nacer, en Chipatá, Santander. Ahora, Don Libardo continúa el ciclo de la vida desde otras formas que nunca los “vivos” seremos capaces de comprender. 

Hay algo que realmente admiro de algunas personas, y es la capacidad de dejar una vida conforme y rutinaria atrás e iniciar un camino hacia la libertad, hacia la realización de los sueños. En pocas palabras, renunciar a lo que se supone que se debe hacer para hacer lo que se desea. Hay algo de romántico en eso, desafiar la sociedad y desafiarse a uno mismo. Después de trabajar durante 5 años en una empresa de ingeniería y a pesar de tener un buen salario y una posición fija en un país donde tener un empleo es ya un privilegio. Diego renunció a su “cómoda” oficina y a su estilo de vida de clase media privilegiada, con apartamento independiente en el norte de Bogotá y solvencia económica, para volver a vivir con la ya fragmentada familia en la casa que los vio crecer una vez a todos juntos. Apartarse del camino habitual para explorar otros desconocidos requiere de valentía y amor propio. Yo siento que Diego aprendió que el tiempo es muy valioso y la vida es huidiza como para gastarla en labores que no generan satisfacción. Y como ya había perdido la alegría en su trabajo desde hacía varios años, decidió renunciar con el proyecto de iniciar una maestría en Astronomía en la Universidad Nacional. Al parecer los 5 años de experiencia en el mundo de la ingeniería de fluidos y las bombas no tenían comparación con el estudio del universo y sus orígenes. Que cambio y que coraje. Me llena de alegría que Morra sea dueño de sus propias decisiones y que esté conectando su hacer con su pasión. Yo creo que faltan personas así en este mundo.   

Diego sabe que es el sufrimiento, la muerte lo ronda desde su niñez. No solo a sus seres queridos. También a él. A comienzos del 2018, una bacteria llamada Helicobacter Pylori colonizó y atacó su estómago produciéndole una gastritis crónica que hizo que perdiera peso drásticamente debido a una incesante diarrea, agravada por el tratamiento con antibióticos y los estragos hechos por la bacteria. Debido a la medicación tan agresiva que recibió, su cuerpo quedó muy débil y tuvo que afrontar dos hospitalizaciones a causa de infecciones en la piel. Un panorama muy sombrío. La apariencia de su semblante mostraba las señales de agotamiento y de meses que envejecen como multiplicados por cinco. 


Cuatro días después de caerse y rasparse el brazo durante un juego de futbol 5, una bacteria colonizó su brazo aprovechando la debilidad de su sistema inmune.

Hoy su sistema digestivo no tiene el mismo aguante que solía tener años atrás. Su pasado de alegra omnivoridad yace allá -en el pasado- y toda la angustia que trae la existencia es somatizada a través de su sistema digestivo. Han sido años enteros de recuperación, de largas dietas, de volver a tomarse una cerveza con un trozo de carne durante un asado -aunque con recelo- y después enfrentar una recaída por meses. Nada nos adolece más el espíritu que tener la salud deteriorada y no poder disfrutar cosas tan simples como una comida. Por eso yo siento que Diego es un guerrero de la vida desde la oscuridad. A través de miles de encrucijadas por las que ha atravesado, se ha abierto espacio hacia el conocimiento de sí mismo y la sanación mental y física. A finales de 2018, empezó a caminar las sendas del yagé en un intento por descubrir la raíz de preguntas sin respuestas. Después de sus experiencias, Diego me prendió la curiosidad que me llevó a la exploración de la medicina ancestral de los pueblos amazónicos. Desde ahí, Morra se encuentra en un proceso de reflexión y entendimiento que transmuta con la fluidez del tiempo, al igual que yo.

Es por eso, que, en momentos de debilidad, tristeza y de depresión como el que estoy atravesando, es útil abstraerse de uno mismo. La depresión es un estado mental egocéntrico por que se centra en la percepción personal de las situaciones y en lo negativo de la propia existencia. A veces pareciera ser un estado mental de constante sinsabor, sin razón aparente que se expresa en una honda desconexión del entorno. Los psicólogos afirman que la depresión aparece cuando el individuo pierde los lazos que lo unían con su entorno, con su comunidad. Por eso se expresa en un aislamiento cada vez más difícil de romper. En momentos de depresión, hay que alzar la cabeza y mirar las posibilidades más allá de los muros que encierran el cuerpo físico.

Tal vez si miramos un poco alrededor, podemos encontrar fortaleza en la vida de otras personas. Entender que no somos los únicos que pasamos angustia o que nuestras situaciones no son las peores puede darnos consuelo. Recoger fuerza de las experiencias de nuestros amigos y conversar con ellos acerca de como salieron victoriosos de ellas es uno de los mejores antídotos para los momentos de debilidad. Es por eso, que pensar en La Morra me da fortaleza, y es por eso que quiero que nuestra amistad siga cultivándose, a pesar de la distancia, él siempre está en mis pensamientos. Su vida, que es la mía me recuerda que la felicidad se encuentra en el simple hecho de existir con la persona indicada para compartirla.

Diego y yo en 2018 durante nuestro reencuentro en Darmstadt, Alemania.



Jena, 30 de octubre de 2021

Actualizado el 5 de mayo de 2023, Irvine, California

Complementado con apuntes de La Morra


domingo, 24 de octubre de 2021

El regateo, más universal que los idiomas

 Hay una costumbre en América Latina que se ha transmitido a través de las fronteras, las generaciones y las culturas. Desde los actuales descendientes de los mayas en las tierras altas y bajas de Guatemala hasta la Patagonia Argentina, pasando por Colombia y Perú, ningún país de se salva. Hace parte del patrimonio oral e inmaterial de indígenas, mestizos y de toda clase de descendientes sobrevivientes de la conquista, la colonia y los periodos republicanos. No es ajena en la modernidad ni en la era digital. El regateo es una contienda en forma de diálogo que se sirve de las más expertas habilidades teatrales. A veces usa mentiras, embustes y exageraciones, pero casi siempre halagos y palabras dulces.  

Desde una comida en una plaza de mercado, productos de uso diario, el precio de un tiquete de bus, el precio de la noche en un hotel, hostal, u hospedaje. No importa que sea el más barato de todos. Así como una artesanía en cualquier feria de cualquier pueblo o ciudad, todo es susceptible de ser regateado.

Quien solicita la reducción del precio del producto conoce de antemano un concepto definido por Karl Marx en su obra “El Capital”, pero existente desde la primera vez que se intercambió un producto por dinero. La plusvalía, que en pocas palabras es el valor excedente del costo del trabajo que se le da a un bien o servicio y que se traduce en lucro. De esa manera el comerciante obtiene una ganancia por el valor adicional de cada elemento que vende. Así, el regateador trata de reducir la ganancia del vendedor a su más mínima expresión haciendo más justo el intercambio.

Chichicastenango es una pequeña ciudad del departamento de Sololá en el centro occidente de Guatemala donde su población es en su mayoría indígena Maya del pueblo Quiché. En esta ciudad se despliega el mercado indígena más grande de América Central. Todos los jueves y domingos: productores de alimentos, artesanos, artistas, intermediarios y empleados convergen en las calles de Chichicastenango e inician la instalación de las casetas desde las 3 de la mañana para que las 6 se encuentre todo listo para recibir a los compradores que llegan de todo el mundo. Hay días buenos y días muy malos para las ventas, en realidad existe mucha oferta y poca demanda.

En mayo de 2016 tuve la oportunidad de recorrer el mercado de domingo desde la mañana hasta su cierre, andando por los laberintos de las calles y avenidas atiborradas de mercancía. Parece existir entre los vendedores, la creencia de que el extranjero está dispuesto a pagar el precio inicial, que a veces puede llegar a ser hasta 4 veces su valor real de venta. Sin embargo, como muchos clientes no hablan Quiché o español, al escuchar el precio se espantan, nadie compra y el mismo vendedor termina regateándose sin ser solicitado. Muchas veces al terminar el día, algunas personas pueden irse sin vender nada, y ese miedo hace que los precios incrementen con la esperanza de cubrir los gastos del día al menos con una sola venta. En algunos casos, el regateo no hace justicia sino más bien la crea, especialmente cuando se desconoce el costo de producción del producto y se pretende reducir el precio más allá de un trato equitativo. A mi parecer, se debe ser crítico a la hora de regatear, observando que el deseo de un precio bajo no fomente la auto-explotación de los productores y comerciantes de los países del Sur Global.

Todas estas situaciones son inherentes al simple hecho de intercambio de objetos por objetos. Chichicastenango, es un lugar ejemplar para un estudio socio-antropológico profundo de la economía y el regateo.  

 

3 de junio 2016, San Cristóbal de las Casas, Chiapas, México

Los sueños de las plantas

 ¿Estamos viendo en las visiones del yagué los sueños de las plantas?

 ¿Estamos viendo en las visiones del yagué los sueños de los mayores y las mayoras?

 ¿Estamos viendo en las visiones del yagué los miedos de nuestro niño interior?

¿O estamos abriendo la caja de Pandora con las preguntas que nos llevan por el camino de la sanación del espíritu? 














Fotografias tomadas durante la exposición artistica llevada a cabo en el Beksnaté 2020. Los artistas son en su mayoría taitas de la región del Putumayo y Nariño. 

Jena, Octubre 24 de 2021


domingo, 18 de julio de 2021

Primitive love and postmodern love

 Engels proposed it in 1868, and few paid attention to it. The human species is naturally inclined towards creating open and non-exclusive sexual and emotional bonds. The biological sciences have observed it for centuries: the continuation of the species through the replication of the genetic information is the last purpose of existence in living beings. How we do it, whether for enjoyment or instinct, is a matter of style, it is our decision. Engels explained it in 1868 in his essay originally titled Der Ursprung der Familie, des Privateigenthums und des Staats (The origin of the Family, Private Property and the State) with an analysis focused on social anthropology. His essay begins with an account of the state of the art in terms of social behavior and parental and family bonds known for that time. The findings were observed in primitive hunter-gatherer societies and the evidence could still be seen (in 1700 - 1900) in isolated communities with little influence by colonizing processes such as the Iroquois in North America.

Imagine thousands of small groups of hominids scattered throughout all ecosystems on earth grouped within the taxonomic genus Homo, hunting other animals and gathering fruits from about 2.5 million years ago, until the times of the Agricultural Revolution (the domestication of the first plants) about 12.000 years ago. Historically, this period is called Paleolithic. These gangs were characterized by lacking private property, because due to nomadism they could not carry more belongings than what they could wear. The only properties - from a materialistic perspective - they had were their own members. Thus, in pre-history, people within their small communities mutually belonged to each other, and tended to be egalitarian in both duties and rights. This is where Homo Sapiens shared family ties and sex with each other. The reproduction of the species could be classified as endogamous, that is, between individuals of the same group, lineage or family.

This type of social and economic organization would be called by Marx and Engels as primitive communism. There were no private means of production, the community's offspring, consequently, were a common good. The basis of these theories, almost 160 years old, are still valid. The historian Yuval Noah Harari presents it in his book “Sapiens: A Brief History of Humankind”.

“In this band, a woman could have sex and intimate ties with several men (and women) simultaneously, and all the adults in the group cooperated in raising their children. Since no man knew definitively which of the children was his, the men showed equal concern for all the young people.”

This behavior sounds unthinkable to many of the opponents of this theory. However, it is found in our closest wild relatives: chimpanzees and bonobos. Given this, a question arises: If this is so natural, why family bonds are not open any longer? Engels connects this paradigm shift with the transformation of the socio-economic relationships that gave rise to the accumulation of merchandise, the division of labour and the capitalism. As the environment and surroundings evolve, cultural and economic relationships change causing social habits to transform.

In the beginning, hunting and gathering only allowed tribes to grow with the availability of food and store it for only short periods of time. The meats and fruits were eaten almost immediately after being obtained. But the evolution towards sedentary societies thanks to the domestication of plants and the development of agriculture, allowed the ancient inhabitants to cultivate, store and accumulate. The division of labor due to the diversification of activities and the need to collect and save in these first cities, brought the need to establish a line of lineage to be able to transfer wealth through descent.

These processes, where private property is the basis, also modified the perception of humans among them, giving rise to the privatization of women and the formation of the family (as we know it today) as the fundamental basis of the new social class economic system. The possession of the woman by the man was the only means to ensure a continuous and stable family, where he could recognize his line of inheritance and accumulate wealth and consequently power and capital. Thus, it was possible to guarantee the division of the growing cities (in number and goods) into smaller compartments where the collective interest was replaced by the individual advantage of specific unions or families. With the privatization of women, a period of relative stagnation in the genetic evolution of the human species also begins, since the family, used as a social contract to favor privatization and power structures, also prevents the continuous mutation of the species.

But at what point did religion become so insistently rooted in the idea of ​​the private family as dogma? And why does the idea of ​​non-exclusive human relationships or that attempt against the monolithic idea of ​​family bother religions so much? Answering these questions is not easy, in the words of the Aleteia Catholic portal, the family has a definition and a reason for being:

 “The Christian family, that which is constituted by the spouses (male and female) and whose culmination of their expression of devotion and elective love is to engender their children; it is the greatest and most perfect image of God on earth. In the same way that God is three being one, the family is also constituted by three making it one.

The sacredness of the family is preceded by the indissoluble bond of the spousal union, in such a way that it is the Lord himself who condemns adultery as an attack on such sanctity, unity, and indissolubility, since it perverts the face of God and leads divorce and polygamous societies to decline. "

This message says nothing and says everything, the arguments go beyond reason and are absolute, therefore, any lie can be accommodated to the convenience of those who hold the name of God and invoke him as an authority. What we can analyze from experience is the intimate connection between religions and power, the power that money has been exercising for 12.000 years. Because, in what way could power and money exist without a closed vision of the family? One that is defended by the myth of religion and an irrefutable supreme truth. Without the exclusive family structure there is not much room for inheritance of privilege. If we don't privatize objects, we won't privatize people either.

But this model of exclusive, private and human-as-possessions relationships has been dying since it began. Capitalism, where everything has a price and an owner, even people, has caused deep social conflicts. Emotional-sexual exclusivity is not alien to these conflicts and has shown contradictory shortcomings to itself throughout history.

Currently, the affective bond between couples is called love and at the same time it is confused with possession of the other. The interaction of the members of the relationship with other individuals is limited with the excuse that this would break the definition of love. Love is the God that is invoked and defended at all costs, but who defined it that way? It does not matter; the gods do not need explanation or questioning. As you can see, it is a vicious circle where love cannot be questioned because of love, as "someone" defined it. Couples believe that free love implies a lack of commitment or the breaking of emotional links. However, the treatment between humans as free beings to choose their relationship model empowers individuals and places them in the position they want to take in society. This perspective highlights that the "love" defined according to the members of the relationship is consensual and freely chosen, and that therefore it is more solid and stable.

It is not worth trying to think if we have to modify society or modify our reasoning to change the way we perceive human relationships. Both are in permanent synergy and interdependence. The invitation goes towards the creation of a critical thought of us as writers of our history and as protagonists of the life that best fits us.

I do not want to conclude with an incitement to return to the primitive social organization and consequently to make this world a great orgy, but rather to a reevaluation of emotional and sexual ties where a critical analysis is the basis of our relationships. An analysis from the feelings cannot be an objective way to evaluate the emotions, since this understanding is partialized from the moment it arises. Rather, to make a judicious evaluation of our position we must choose to inform ourselves about the facts and not about the passions. There is no perfect model of a relationship as a couple, because we all have a different understanding and life story that has shaped our perception of the world and feelings. An adaptive capacity to the different conditions of our relationships will make us sentimentally stable and more resilient to the changes of the turbulent sex-emotional-spiritual life.

 

A polyamorous experience

In some journey through Central American countries during that forgotten 2016, I discovered the spontaneous and natural love that gathered me with all people as a unit. I understood that love transcended languages, customs, races, nationalities and even sexual gender. True "love" was pure, intense, and selfless. A love in a broad sense, not romantic but emotional, visceral, primitive, the love of caring for the other. That love that is born naturally with a look or a conversation and is not only sexual. I fell in love with the warmth of people, with their treatment as if I were their son, their brother, their grandson. I fell in love with the personalities of some women and the camaraderie of some men. This is how people love in today's world in a primitive way, without permanent ties (or sometimes so) but with strong unions that transcend the family; without social titles but with invisible and unbreakable connections, those that after 12,000 years are still latent in our primitive inner self.

 

The non-desire society (paraphrased from Carolina Sanin)

We are living in an de-eroticized, fast-consuming and self-pleasing society. The fast pace of life extinguishes the desire of slowly enjoying the pleasures of existence such as sex. Pornography and social networks synthesize this pathology, as they provide immediate pleasure like a shot of liquor. The masturbatory pulsion dominates over the effort involved in establishing links between people. During the day, the intensity of the routine and the bombardment of information from the digital world controls our desire, turning us into pleasure automatons, leading us to a repetitive drug-reaction dynamic.

https://amp.elmundo.es/papel/cultura/2020/12/16/5fd8e1fafc6c838e7c8b45d4.html?__twitter_impression=true

 

 

 

Bogotá, June 14, 2016 - Jena, July 14, 2021

miércoles, 14 de julio de 2021

El amor primitivo y el amor posmoderno

 Engels lo expuso en 1868, y pocos le prestaron atención. La especie humana está naturalmente inclinada hacia la creación de vínculos emocionales y sexuales abiertos y no exclusivos. Las ciencias biológicas lo han observado durante siglos: la continuación de la especie mediante la replicación de la base genética es el fin último de la existencia en los seres vivos. Cómo lo hagamos, si por disfrute o por instinto, es cuestión de estilo, es nuestra decisión. Engels lo explicó en 1868 en su ensayo originalmente titulado Der Ursprung der Familie, des Privateigenthums und des Staats (El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado) con un análisis centrado en la antropología social. Su ensayo comienza con un recuento del estado del arte en cuanto al comportamiento social y los lazos parentales y familiares conocidos para la época. Los hallazgos se observaron en sociedades primitivas de cazadores recolectores y las evidencias se podían apreciar aún (en 1700 - 1900) en comunidades aisladas y de poca influencia por los procesos colonizadores como los Iroqueses en Norte América.

Imaginemos miles de pequeños grupos de homínidos esparcidos por todos los ecosistemas de la tierra agrupados dentro del género taxonómico Homo, cazando otros animales y recolectando frutos desde hace unos 2.5 millones de años hasta las épocas de la Revolución Agrícola (la domesticación de las primeras plantas) hace algunos 12000 años. Históricamente, este periodo se denomina Paleolítico. Estas bandas se caracterizaban por carecer de propiedad privada, pues debido al nomadismo no podían cargar más pertenencias que lo que podían llevar puesto. Las únicas propiedades -desde una perspectiva materialista- con las que contaban eran sus propios integrantes. Así, en la pre-historia, las personas dentro de sus pequeñas comunidades pertenecían mutuamente entre sí, y tendían a ser igualitarias tanto en deberes como en derechos. Es ahí donde los homo sapiens compartían los lazos familiares y el sexo entre todos. La reproducción de la especie podría ser clasificada como endogámica, es decir, entre individuos de un mismo grupo, linaje o familia.

Este tipo de organización social y económica sería denominada por Marx y Engels como comunismo primitivo. No había medios de producción privados, las crías de la comunidad, en consecuencia, también eran un bien común. La base de estas teorías, de casi 160 años, están aún vigentes. El historiador Yuval Noah Harari la expone en su libro Sapiens: Una Breve Historia de la Humanidad.

“En dicha banda, una mujer podía tener sexo y lazos íntimos con varios hombres (y mujeres) simultáneamente, y todos los adultos del grupo cooperaban en la crianza de sus hijos. Ya que ningún hombre sabía definitivamente cuál de los hijos era suyo, los hombres mostraban igual preocupación por todos los jóvenes”.

Este comportamiento suena impensable para muchos de los contradictores de esta teoría. Sin embargo, se encuentra en nuestros parientes salvajes más cercanos: los chimpancés y los bonobos. Ante esto surge la pregunta ¿Y si es tan natural por que los lazos familiares ya no son abiertos?, Engels conecta este cambio de paradigma con la transformación de las relaciones socio económicas que dieron origen a la acumulación de mercancía, la división del trabajo y el capitalismo. A medida que evoluciona el ambiente y el entorno, las relaciones culturales y económicas cambian causando que los hábitos sociales se transformen.

Al principio, la cacería y la recolección solo permitían a las tribus crecer al ritmo de la disponibilidad de comida y almacenarla únicamente por cortos periodos de tiempo. Las carnes y los frutos se comían casi que inmediatamente después de obtenerse. Pero la evolución hacia sociedades sedentarias gracias a la domesticación de plantas y el desarrollo de la agricultura, permitió a los antiguos habitantes cultivar, almacenar y acumular. La división del trabajo producto de la diversificación de actividades y la necesidad de acopiar y ahorrar en estas primeras ciudades, trajo la necesidad de establecer una línea de linaje para poder transferir las riquezas a través de la descendencia.

Estos procesos, donde la propiedad privada es la base, también modificó la percepción de los humanos entre ellos, dando origen a la privatización de la mujer y a la formación de la familia (como hoy la conocemos) como base fundamental del nuevo sistema económico de clases sociales. La posesión de la mujer por el hombre fue el único medio para asegurar una familia continua y estable, donde este pudiera reconocer su línea de herencia y acumular riquezas y en consecuencia poder y capital. Así se pudo garantizar la división de las crecientes (en número y en bienes) ciudades en compartimentos más pequeños donde el interés colectivo fue reemplazado por la ventaja individual de núcleos específicos o familias. Con la privatización de la mujer también se inicia un periodo de relativo estancamiento en la evolución genética de la especie humana, pues la familia, usada como contrato social para favorecer la privatización y las estructuras de poder también evita la continua mutación de la especie.

¿Pero en qué momento la religión se arraigó con tanta insistencia a la idea de la familia privada como dogma? Y ¿Por qué la idea de relaciones humanas no exclusivas o que atenten contra la monolítica idea de familia molesta tanto a las religiones? Responder estos cuestionamientos no es sencillo, en palabras del portal católico Aleteia, la familia tiene una definición y una razón de ser:

“La familia cristiana, esa que constituyen los cónyuges (varón y hembra) y que tiene como culmen de su expresión de amor donativo y electivo el engendrar a sus hijos; ella es la mayor y más perfecta imagen de Dios sobre la tierra. Del mismo modo que Dios es tres siendo uno solo, también la familia la constituyen tres haciéndola una.

La sacralidad de la familia viene antecedida por el vínculo indisoluble de la unión esponsal, de tal modo que es el mismo Señor quien condena el adulterio como un atentado a dicha santidad, unidad e indisolubilidad puesto que éste va pervirtiendo el rostro de Dios y va llevando a la decadencia las sociedades divorcistas y poligámicas.

Este mensaje no dice nada y dice todo, los argumentos van más allá de la razón y son absolutos, por lo tanto, cualquier mentira puede ser acomodada a la conveniencia de quien ostente el nombre de Dios y lo invoque como autoridad. Lo que si podemos analizar desde la experiencia es la íntima conexión entre las religiones y el poder, el poder que el dinero ha venido ejerciendo desde hace 12000 años. Porque, ¿de que manera podría existir poder y dinero sin una visión cerrada de familia?, una que sea defendida por el mito de la religión y de una verdad suprema irrefutable. Sin la estructura familiar exclusiva no hay mucha cabida a la herencia de privilegios. Sino privatizamos los bienes, tampoco lo haremos con las personas.

Pero este modelo de relaciones exclusivas, privadas y de humanos como posesiones se encuentra agonizando desde que inició. El capitalismo, donde todo tiene un precio y un dueño, incluso las personas, ha ocasionado profundos conflictos sociales. La exclusividad emocional-sexual no es ajena a estos conflictos y ha mostrado falencias contradictorias a si misma a través de la historia.

Actualmente, el vínculo afectivo entre parejas es denominado amor y al mismo tiempo se confunde con posesión del otro. Se limita la interacción de los miembros de la relación con otros individuos con la excusa de que esta rompería la definición de amor. El amor es el Dios que se invoca y se defiende a toda costa, pero ¿Quién lo definió así? No importa, los dioses no necesitan explicación ni tampoco cuestionamientos. Como se ve, es un círculo vicioso donde por amor no se puede cuestionar al amor, tal y como “alguien” lo definió. Las parejas creen que el amor libre implica falta de compromiso o ruptura de pactos emocionales. Sin embargo, el trato entre seres humanos como entes libres de elegir su modelo de relación, empodera los individuos y los ubica en el lugar que estos quieren tomar en la sociedad. Ratifica que el “amor” definido de acuerdo a los miembros de la relación es consensuado y libremente elegido, y que por lo tanto es más sólido y estable.

No vale la pena tratar de pensar si tenemos que modificar la sociedad o modificar nuestro razonamiento para cambiar la manera como percibimos las relaciones humanas. Ambas están en permanente sinergia e interdependencia. La invitación va hacia la creación de un pensamiento crítico de nosotros como escritores de nuestra historia y de protagonistas de la vida que mejor nos desarrolla.

No quiero concluir con una incitación a volver a la organización social primitiva y en consecuencia en hacer de este mundo una gran orgia, sino más bien a una reevaluación de los lazos emocionales y sexuales donde un análisis crítico sea la base de nuestras relaciones. Un análisis desde los sentimientos no pueden ser una manera objetiva de evaluar las emociones, ya que este entendimiento está parcializado desde que se plantea. Más bien, para hacer una evaluación juiciosa de nuestra posición debemos optar por informarnos acerca de los hechos y no de las pasiones. No hay modelo perfecto de relación en pareja, porque todos tenemos una comprensión y una historia de vida diferente que ha moldeado nuestra percepción del mundo y de los sentimientos. Una capacidad adaptativa a las diferentes condiciones de nuestras relaciones nos hará seres más estables sentimentalmente y más resilientes a los cambios de la turbulenta vida sexo-emocional-espiritual. 

 Una experiencia de poliamor

En alguna travesía por países centroamericanos durante ese olvidado 2016, descubrí el amor espontáneo y natural que me unía con todas las personas como una unidad. Entendí que el amor trascendía lenguajes, costumbres, razas, nacionalidades y hasta género sexual. El verdadero “amor” era puro, intenso y desinteresado. Un amor en un sentido amplio, no romántico sino emocional, visceral, primitivo, el amor del cuidado por el otro. Ese amor que nace naturalmente con una mirada o una conversación y no es únicamente sexual. Me enamoré de la calidez de las personas, de su trato como si yo fuera su hijo, su hermano, su nieto.  Me enamoré de la personalidad de algunas mujeres y de la camaradería de algunos hombres. Así se ama en el mundo actual de manera primitiva, sin vínculos permanentes (o a veces sí) pero con uniones fuertes que trascienden la familia; sin títulos sociales pero con lazos invisibles e irrompibles, esos que después de 12000 años siguen latentes en nuestro primitivo yo interior. 

 La sociedad del no-deseo (parafraseado de Carolina Sanin)

Carolina Sanín: "El reguetón es el canto de cisne de la sexualidad humana"

Estamos viviendo en una sociedad deserotizada, de rápido consumo y de auto placer. El acelerado ritmo de vida apaga el deseo de disfrutar con calma de placeres de la existencia como el sexo. La pornografía y las redes sociales sintetizan esta patología, pues brindan un placer inmediato como un shot de licor. La pulsión masturbatoria domina sobre el esfuerzo que implica establecer vínculos entre personas. Durante el día, la intensidad de la rutina y el bombardeo de información desde el mundo digital se adueñan del deseo volviéndonos autómatas del placer, llevándonos a una dinámica repetitiva de droga-reacción.


Bogotá, 14 de junio de 2016 – Jena 14 de Julio de 2021


sábado, 13 de febrero de 2021

A life purpose

 Every one of us brings an implicit life purpose and a life mission. This statement does not mean that we all have a destiny to follow. It does not even implicate that anybody is controlling what we do or what path we walk. There is however, a tacit duty in our existence given by the very specific gifts that all of us receive. Or, let me ask you, do not you feel responsible to do what you are good at and to fulfill those inner desires you keep inside? Yeah, right?


But unfortunately, the place in which we are or the horizon we head to not always coincide with our passion or our dreams. And then we feel it, more than usual, that our feelings are not in the same wave as our everyday life and our ideas do not converge with our actions. Clouds descend on our heads, our vision blurs inflicting a bitter taste in the existence, a sense of tasteless pass of time. After some divagation, we remember those gifts we account with, we feel the fire that transports us to the enlightenment and that we are ifnoring. We fight against our decisions and all the circumstances that brought us to that situation. We are there working 40 hours a week in a topic we do not like and living the life others want we live. We are so miserable, we are not even able to choose our own actions.


At any point of our lives, we all receive the call. A call to do what we really want, a call to choose with freedom what makes us happy, an opportunity landing from nowhere that invites us to get out of our comfort area. It will require all the bravery and courage to attend it, to answer that call to follow our hearts, our dreams. It will ask you to stand on your own and believe in your convictions. Too coach? Do not go after anybody, follow yourself!


And when we you do it, when we take that opportunity to pursue our balance enfine, it is as if the entire universe had been waiting for that heroic action. Because it requires bravery, determination and decision to break the chains, take your own individual position and trust yourself. 


Only those ones who attended the call have been able to reach the full realization and transform the world.
Take action, take possession, make your own decisions, master your life.
 

Jena, February 2021