miércoles, 14 de julio de 2021

El amor primitivo y el amor posmoderno

 Engels lo expuso en 1868, y pocos le prestaron atención. La especie humana está naturalmente inclinada hacia la creación de vínculos emocionales y sexuales abiertos y no exclusivos. Las ciencias biológicas lo han observado durante siglos: la continuación de la especie mediante la replicación de la base genética es el fin último de la existencia en los seres vivos. Cómo lo hagamos, si por disfrute o por instinto, es cuestión de estilo, es nuestra decisión. Engels lo explicó en 1868 en su ensayo originalmente titulado Der Ursprung der Familie, des Privateigenthums und des Staats (El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado) con un análisis centrado en la antropología social. Su ensayo comienza con un recuento del estado del arte en cuanto al comportamiento social y los lazos parentales y familiares conocidos para la época. Los hallazgos se observaron en sociedades primitivas de cazadores recolectores y las evidencias se podían apreciar aún (en 1700 - 1900) en comunidades aisladas y de poca influencia por los procesos colonizadores como los Iroqueses en Norte América.

Imaginemos miles de pequeños grupos de homínidos esparcidos por todos los ecosistemas de la tierra agrupados dentro del género taxonómico Homo, cazando otros animales y recolectando frutos desde hace unos 2.5 millones de años hasta las épocas de la Revolución Agrícola (la domesticación de las primeras plantas) hace algunos 12000 años. Históricamente, este periodo se denomina Paleolítico. Estas bandas se caracterizaban por carecer de propiedad privada, pues debido al nomadismo no podían cargar más pertenencias que lo que podían llevar puesto. Las únicas propiedades -desde una perspectiva materialista- con las que contaban eran sus propios integrantes. Así, en la pre-historia, las personas dentro de sus pequeñas comunidades pertenecían mutuamente entre sí, y tendían a ser igualitarias tanto en deberes como en derechos. Es ahí donde los homo sapiens compartían los lazos familiares y el sexo entre todos. La reproducción de la especie podría ser clasificada como endogámica, es decir, entre individuos de un mismo grupo, linaje o familia.

Este tipo de organización social y económica sería denominada por Marx y Engels como comunismo primitivo. No había medios de producción privados, las crías de la comunidad, en consecuencia, también eran un bien común. La base de estas teorías, de casi 160 años, están aún vigentes. El historiador Yuval Noah Harari la expone en su libro Sapiens: Una Breve Historia de la Humanidad.

“En dicha banda, una mujer podía tener sexo y lazos íntimos con varios hombres (y mujeres) simultáneamente, y todos los adultos del grupo cooperaban en la crianza de sus hijos. Ya que ningún hombre sabía definitivamente cuál de los hijos era suyo, los hombres mostraban igual preocupación por todos los jóvenes”.

Este comportamiento suena impensable para muchos de los contradictores de esta teoría. Sin embargo, se encuentra en nuestros parientes salvajes más cercanos: los chimpancés y los bonobos. Ante esto surge la pregunta ¿Y si es tan natural por que los lazos familiares ya no son abiertos?, Engels conecta este cambio de paradigma con la transformación de las relaciones socio económicas que dieron origen a la acumulación de mercancía, la división del trabajo y el capitalismo. A medida que evoluciona el ambiente y el entorno, las relaciones culturales y económicas cambian causando que los hábitos sociales se transformen.

Al principio, la cacería y la recolección solo permitían a las tribus crecer al ritmo de la disponibilidad de comida y almacenarla únicamente por cortos periodos de tiempo. Las carnes y los frutos se comían casi que inmediatamente después de obtenerse. Pero la evolución hacia sociedades sedentarias gracias a la domesticación de plantas y el desarrollo de la agricultura, permitió a los antiguos habitantes cultivar, almacenar y acumular. La división del trabajo producto de la diversificación de actividades y la necesidad de acopiar y ahorrar en estas primeras ciudades, trajo la necesidad de establecer una línea de linaje para poder transferir las riquezas a través de la descendencia.

Estos procesos, donde la propiedad privada es la base, también modificó la percepción de los humanos entre ellos, dando origen a la privatización de la mujer y a la formación de la familia (como hoy la conocemos) como base fundamental del nuevo sistema económico de clases sociales. La posesión de la mujer por el hombre fue el único medio para asegurar una familia continua y estable, donde este pudiera reconocer su línea de herencia y acumular riquezas y en consecuencia poder y capital. Así se pudo garantizar la división de las crecientes (en número y en bienes) ciudades en compartimentos más pequeños donde el interés colectivo fue reemplazado por la ventaja individual de núcleos específicos o familias. Con la privatización de la mujer también se inicia un periodo de relativo estancamiento en la evolución genética de la especie humana, pues la familia, usada como contrato social para favorecer la privatización y las estructuras de poder también evita la continua mutación de la especie.

¿Pero en qué momento la religión se arraigó con tanta insistencia a la idea de la familia privada como dogma? Y ¿Por qué la idea de relaciones humanas no exclusivas o que atenten contra la monolítica idea de familia molesta tanto a las religiones? Responder estos cuestionamientos no es sencillo, en palabras del portal católico Aleteia, la familia tiene una definición y una razón de ser:

“La familia cristiana, esa que constituyen los cónyuges (varón y hembra) y que tiene como culmen de su expresión de amor donativo y electivo el engendrar a sus hijos; ella es la mayor y más perfecta imagen de Dios sobre la tierra. Del mismo modo que Dios es tres siendo uno solo, también la familia la constituyen tres haciéndola una.

La sacralidad de la familia viene antecedida por el vínculo indisoluble de la unión esponsal, de tal modo que es el mismo Señor quien condena el adulterio como un atentado a dicha santidad, unidad e indisolubilidad puesto que éste va pervirtiendo el rostro de Dios y va llevando a la decadencia las sociedades divorcistas y poligámicas.

Este mensaje no dice nada y dice todo, los argumentos van más allá de la razón y son absolutos, por lo tanto, cualquier mentira puede ser acomodada a la conveniencia de quien ostente el nombre de Dios y lo invoque como autoridad. Lo que si podemos analizar desde la experiencia es la íntima conexión entre las religiones y el poder, el poder que el dinero ha venido ejerciendo desde hace 12000 años. Porque, ¿de que manera podría existir poder y dinero sin una visión cerrada de familia?, una que sea defendida por el mito de la religión y de una verdad suprema irrefutable. Sin la estructura familiar exclusiva no hay mucha cabida a la herencia de privilegios. Sino privatizamos los bienes, tampoco lo haremos con las personas.

Pero este modelo de relaciones exclusivas, privadas y de humanos como posesiones se encuentra agonizando desde que inició. El capitalismo, donde todo tiene un precio y un dueño, incluso las personas, ha ocasionado profundos conflictos sociales. La exclusividad emocional-sexual no es ajena a estos conflictos y ha mostrado falencias contradictorias a si misma a través de la historia.

Actualmente, el vínculo afectivo entre parejas es denominado amor y al mismo tiempo se confunde con posesión del otro. Se limita la interacción de los miembros de la relación con otros individuos con la excusa de que esta rompería la definición de amor. El amor es el Dios que se invoca y se defiende a toda costa, pero ¿Quién lo definió así? No importa, los dioses no necesitan explicación ni tampoco cuestionamientos. Como se ve, es un círculo vicioso donde por amor no se puede cuestionar al amor, tal y como “alguien” lo definió. Las parejas creen que el amor libre implica falta de compromiso o ruptura de pactos emocionales. Sin embargo, el trato entre seres humanos como entes libres de elegir su modelo de relación, empodera los individuos y los ubica en el lugar que estos quieren tomar en la sociedad. Ratifica que el “amor” definido de acuerdo a los miembros de la relación es consensuado y libremente elegido, y que por lo tanto es más sólido y estable.

No vale la pena tratar de pensar si tenemos que modificar la sociedad o modificar nuestro razonamiento para cambiar la manera como percibimos las relaciones humanas. Ambas están en permanente sinergia e interdependencia. La invitación va hacia la creación de un pensamiento crítico de nosotros como escritores de nuestra historia y de protagonistas de la vida que mejor nos desarrolla.

No quiero concluir con una incitación a volver a la organización social primitiva y en consecuencia en hacer de este mundo una gran orgia, sino más bien a una reevaluación de los lazos emocionales y sexuales donde un análisis crítico sea la base de nuestras relaciones. Un análisis desde los sentimientos no pueden ser una manera objetiva de evaluar las emociones, ya que este entendimiento está parcializado desde que se plantea. Más bien, para hacer una evaluación juiciosa de nuestra posición debemos optar por informarnos acerca de los hechos y no de las pasiones. No hay modelo perfecto de relación en pareja, porque todos tenemos una comprensión y una historia de vida diferente que ha moldeado nuestra percepción del mundo y de los sentimientos. Una capacidad adaptativa a las diferentes condiciones de nuestras relaciones nos hará seres más estables sentimentalmente y más resilientes a los cambios de la turbulenta vida sexo-emocional-espiritual. 

 Una experiencia de poliamor

En alguna travesía por países centroamericanos durante ese olvidado 2016, descubrí el amor espontáneo y natural que me unía con todas las personas como una unidad. Entendí que el amor trascendía lenguajes, costumbres, razas, nacionalidades y hasta género sexual. El verdadero “amor” era puro, intenso y desinteresado. Un amor en un sentido amplio, no romántico sino emocional, visceral, primitivo, el amor del cuidado por el otro. Ese amor que nace naturalmente con una mirada o una conversación y no es únicamente sexual. Me enamoré de la calidez de las personas, de su trato como si yo fuera su hijo, su hermano, su nieto.  Me enamoré de la personalidad de algunas mujeres y de la camaradería de algunos hombres. Así se ama en el mundo actual de manera primitiva, sin vínculos permanentes (o a veces sí) pero con uniones fuertes que trascienden la familia; sin títulos sociales pero con lazos invisibles e irrompibles, esos que después de 12000 años siguen latentes en nuestro primitivo yo interior. 

 La sociedad del no-deseo (parafraseado de Carolina Sanin)

Carolina Sanín: "El reguetón es el canto de cisne de la sexualidad humana"

Estamos viviendo en una sociedad deserotizada, de rápido consumo y de auto placer. El acelerado ritmo de vida apaga el deseo de disfrutar con calma de placeres de la existencia como el sexo. La pornografía y las redes sociales sintetizan esta patología, pues brindan un placer inmediato como un shot de licor. La pulsión masturbatoria domina sobre el esfuerzo que implica establecer vínculos entre personas. Durante el día, la intensidad de la rutina y el bombardeo de información desde el mundo digital se adueñan del deseo volviéndonos autómatas del placer, llevándonos a una dinámica repetitiva de droga-reacción.


Bogotá, 14 de junio de 2016 – Jena 14 de Julio de 2021


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