sábado, 7 de mayo de 2022

Mi demonio la tristeza, mi respuesta el fuego


No he encontrado aún nada mas difícil que escribir sobre mis propias debilidades. Es como una pelea interna contra uno mismo. Imagínate parado desnudo frente a un espejo, observando con una mirada crítica centímetro a centímetro de tu piel, pliegue por pliegue de tu cuerpo, durante horas. Después de un tiempo, te das cuenta de lo humano que eres, de lo “defectuoso” que puedes llegar a ser; y criticamos esa condición que nos hace diferentes, lo que nos ubica fuera de los estándares. Lo que en realidad nos hace únicos, en esa asimetría se encuentra la belleza. 

No se cuantos borradores he escrito para llegar al de hoy, ni cuantos intentos me ha costado empezar al menos con estas líneas. Y no se que decir aún, todo y nada. No es la primera vez que tengo miedo, tampoco que lo intento gritar. En el camino de descenso hacia el infierno, mientras mi ego agonizaba presintiendo su muerte, uno de sus últimos suspiros intentó exclamarlo, “tengo, tengo…”, pero mi boca lo reprimió. El miedo se guardó hacia adentro, para el futuro. Y hoy, en medio de la soledad de un invierno pandémico ha golpeado la puerta. Una amiga diría “la vida siempre te pone las pruebas que necesitas superar, esas de las que tienes que aprender, una y otra vez si es necesario. Hasta que aprendas a superarlas”. Tanta sabiduría en una frase. Y sí, a veces me preguntaba por que esos antiguos demonios volvían a aparecer de repente después de los años, cuando creía que ya estaban en el pasado. Al parecer, nunca se fueron, solo estaban dormidos. La prueba no había sido superada y este era el momento de enterrarlos para siempre. Como cuando estás tratando de rescatar a la princesa en Súper Mario. Tienes que pasar por los castillos y vencer al dragón que lanza fuego. No hay otra posibilidad, no hay atajos, ni evasivas, así tengas las 100 vidas. Hay que desafiar esa ansiedad, esa soledad, encontrar la causa de la tristeza y atacarla, enfrentarla hasta que se haga tan pequeña que no te dominen. 

A veces siento que fracasé en lo más esencial, mantenerme a flote a mi mismo. Nunca aprendí a vencer el temor a ahogarme, a pesar de haber aprendido a nadar, no me arriesgo a hacerlo donde no pueda tocar el fondo con mis pies. Nadar es la perfecta analogía para mi vida. La dependencia por la compañía de otras personas y la angustia de la soledad han limitado mi vida a las aguas someras, cohibiéndome de un mundo donde yo puedo decidir donde quiero estar, que quiero sentir y como quiero vivir. La inmensidad de las aguas profundas espera por mi una vez supere el miedo de vivir solo o solo conmigo, o con mi soledad que es lo mismo.

¿A qué me aferro? ¿A quién me aferro? Si mi debilidad emocional se ha puesto al descubierto. No quiero aferrarme a las drogas, tampoco al alcohol ni a las posesiones materiales. Aunque ahora entiendo mejor la gente, esos salvavidas son útiles cuando la existencia pierde su sentido y nos pesa la vida tanto que se nos hace amarga. Miro alrededor y solo veo autómatas yendo de la oficina al trabajo, a la escuela de los niños y una vez al año de vacaciones a la playa o a la montaña, es lo mismo. Otros están hundidos en la miseria del alcohol o las drogas, o las apuestas, o la ciencia y las leyes, y también es lo mismo. Todos van creyendo que están en la cima del mundo. Claro, tienen que creerlo así, no hay tiempo de nadar en aguas profundas.

En estos momentos de cuestionamientos todos mis demonios se despiertan: mis pensamientos suicidas, mi adicción a las mujeres, el uso innecesario de drogas, el consumo de alcohol de forma autodestructiva y mis incontables espirales de depresión y lágrimas. Siempre han estado ahí, latentes, esperando como un atracador a la vuelta de la esquina de un callejón oscuro. Trato de sacar aliento y fuerzas de lo bonito que me he conseguido en la vida, ¿Qué es eso? ¿Mis títulos universitarios, mi posición social, mi estatus, mi dinero, mi novia? Todo eso es hermoso y me ha traído mucha satisfacción, pero ¿Y qué hago con todo eso? Sino puedo ni siquiera conmigo mismo, con la existencia sola, con la noche de un viernes de invierno, con dos horas a solas en mi cuarto. 

¿A dónde se fueron el fuego y la pasión? Siento en un conflicto entre mi ser-sentir-pensar, desconectado de mí y de mi entorno, de las personas. Sin horizonte. Librando una batalla en contra de mi mismo. Atrapado en una jaula donde no se de que están hechos los barrotes. Me digo “Tranquilo viejo, todo va a estar bien, de esta salimos juntos, ya hemos vivido esta angustia”. ¿Y si no pasa así? ¿Y si esta vez si me queda grande? El laberinto parece más grande que mi ser… Pero como escribiría Stefan Zweig “Nada más peligroso para la paz que la prolongada ociosidad”. 

Pero y entonces, ¿Si nadie viene por aquí, quién putas me salva? Me tengo que salvar yo mismo, sólo me basto yo.

Hoy no será el día de mi debacle, no estoy decidido a dejarme someter. Amo la vida, con su incertidumbre y su drama. Abrazaré mis adicciones, mis errores y mis demonios, son parte de mi esencia. Me mantendré leal a mi familia y a mi parche. No me voy a abandonar sin ellos. ¿Y las conversaciones y las risas que me quedan con mi mamá? ¿Y el ácido que quiero compartir con mi hermano? ¿Y el viaje a Argentina y a Medellín con mi papá para explorar las singularidades de los bares y cafetines donde se escuchan los tangos que él tanto ama? ¿Y las noches largas de fiesta, música y baile? ¿Y los libros y letras por leer? ¿Y los experimentos de revolución activa para subvertir mundo? ¿Y las voces acalladas con las que quiero gritar hasta ensordecer el poder? ¿Y los desposeídos con los que quiero empoderarme? ¿Y los pueblos oprimidos que aún necesitan ser liberados? ¿Y las incontables bocas que besar y sexos que probar? ¿Y los hijos que puedan venir? ¿Y las mil historias con esa compañera de vida que siempre estará ahí y que me acompañará hasta la muerte? ¿Y las personas que quedan por conocer, y los paisajes por disfrutar? Esos interrogantes le dan sentido a mi vida. La fascinación por esas sorpresas me reta a seguir resistiendo y a abrazar los tiempos de espera con la calma que precede el éxtasis. Solo se muere cuando se acaban las preguntas. 

Vine a dejarlo todo en la cancha hasta el último minuto. A pesar de las contrariedades sigo aquí latiendo y me voy a regalar una buena vida. ¡Larga vida a la resistencia! A la mía y a la tuya que decidiste levantarte después de un periodo de oscuridad. Soy libre y dueño de mi vida. Yo tomo mis decisiones, sólo yo me doy la fortaleza que quiero tener.  


Enero de 2022. Jena, Alemania


Aquí una canción que me extendió la mano cuando estaba en el hueco y agradecimientos a quienes me resucitaron incontables veces. 




Epílogo


Gracias por el fuego Colombia. Después de dos meses dentro de ti Bogotá, la ciudad que me vio aprender a caminar, desde los tugurios del sur hasta la opulencia de su norte, que me enseñó a crecer resiliente y adaptado tanto a la ternura de un furtivo y clandestino “mi amor” en cualquier esquina o tienda, como a la violenta puñalada en la esquina y al asesinato criminal de la policía. A esa ciudad en rutinaria resistencia, con sus miles de grafitis y murales amenazantes hacia quienes nos quieren mantener sobreviviendo en vidas someras. A esa ciudad con delicado balance entre urbanidad y naturaleza, que cae desde los altos paramos hasta las llanuras de la alcantarilla de la Sabana.  A ti Bacatá que no excluyes al adinerado rolo para que asista a su teatro a ver “El coronel no tiene quien le escriba” ni al vaciado desparchado para que se tome una cerveza y se sienta más poderoso que el mismo “Patrón”. A ti, que tienes un encantador equilibrio entre la fiesta desenfrenada y orgiástica y la pasividad de la calma de un concierto de la filarmónica. Te llevo siempre en mi, por que das a luz a vivos luchando por no morir y no a individuos muertos en vida que les cuesta vivir. Con todo lo que eres, y todo lo que tienes. Ahora te llevo en mi piel. Gracias por el fuego. 


Mayo 7 de 2022. Jena, Alemania





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